India, here we come!
jueves, 20 de diciembre de 2007
La India en unas cuantas pinceladas
He añadido a la columna de vínculos el enlace a un texto de otro viajero que refleja en pocas palabras lo que a mí me ha llevado páginas y páginas. Merece la pena leerlo.
lunes, 1 de octubre de 2007
Hace un mes...
... que volví de la India y, aunque sigo pensando de manera parecida, cada vez me apetece más darle una segunda oportunidad a ese país. Eso sí, viajando solo o con una o dos personas como máximo, quedándome más tiempo en los sitios e improvisando sobre la marcha. De momento (y por suerte) las impresiones de allí han ido pasando a un segundo plano en mi vida cotidiana y ya no tengo el viaje en mente a todas horas.
Hay una cosa que he notado, y es que desde que volví percibo mucho más los colores. En la India había mucha saturación, pero la luz propia de la atmósfera no era buena. En España y en Polonia, aunque (¿porque?) todo es menos abigarrado, estoy advirtiendo que los colores de la naturaleza me llaman mucho más la atención que antes de irme. Quizá se deba también al ojo fotográfico que he ido desarrollando a base de buscar imágenes que inmortalizar.
Esta nueva apreciación de los colores no es lo único que me he traído de allí. Debo de tener algún parásito intestinal o algo así, porque desde que pasé la gastroenteritis aquella o lo que fuera mi sistema digestivo no ha vuelto a la normalidad. Debería ir al médico un día de éstos, pero me da tanta pereza... Además, aquí igual ni conocen los bichos que puede haber por aquellas latitudes...
Hay una cosa que he notado, y es que desde que volví percibo mucho más los colores. En la India había mucha saturación, pero la luz propia de la atmósfera no era buena. En España y en Polonia, aunque (¿porque?) todo es menos abigarrado, estoy advirtiendo que los colores de la naturaleza me llaman mucho más la atención que antes de irme. Quizá se deba también al ojo fotográfico que he ido desarrollando a base de buscar imágenes que inmortalizar.
Esta nueva apreciación de los colores no es lo único que me he traído de allí. Debo de tener algún parásito intestinal o algo así, porque desde que pasé la gastroenteritis aquella o lo que fuera mi sistema digestivo no ha vuelto a la normalidad. Debería ir al médico un día de éstos, pero me da tanta pereza... Además, aquí igual ni conocen los bichos que puede haber por aquellas latitudes...
sábado, 8 de septiembre de 2007
Últimas (por el momento) reflexiones sobre la India
Bueno, hace ya más de una semana que volví de la India y va siendo hora de sacar algunas conclusiones del viaje.
A lo largo de este viaje he repetido en numerosas ocasiones que no sé si la India me gusta o no me gusta. Ahora lo veo de otro modo: me gusta y no me gusta al mismo tiempo. Está claro que tiene cosas maravillosas y cosas horribles y que en muchos casos resultan inseparables. De hecho, la primera versión de esta entrada se titulaba "La India, país contradictorio". Pero vamos por partes.
Durante estos últimos días me he dedicado básicamente a organizar las más de dos mil fotos que saqué. Supongo que es esa la causa de que ahora mismo en mí predominen las impresiones visuales. Y la verdad es que en ese aspecto la India tiene mucho que ofrecer. No sólo por sus paisajes grandiosos (los diferentes grados de desierto en el Rajasthán, los Himalaya, las junglas y las playas que no vimos) y sus templos impresionantes (impresionantes unos por su majestuosidad o por lo detallado de los relieves que lo adornan, otros por el nivel de horterada que llegan a alcanzar). También llama poderosamente la atención el colorido de los vestidos, de las casas, de los letreros, de las comidas, de los mercados y bazares, de los envoltorios de los productos, de los vehículos decorados en plan árbol de navidad. Atraen los marcados rasgos faciales de la gente, su pelo negrísimo, su piel oscura y brillante, su intrigante sonrisa, su mirada fija y sus gestos indescifrables. Incluso los garabatos del alfabeto devanagari usado para escribir el hindi son bonitos.
En lo auditivo, por encima de todo predomina el graznido de las bocinas de coches, camiones, motos y rikshas. Con bocinazos se saludan, se avisan o se dan por avisados. Conducen de oído. No necesitan los retrovisores. Es tal la densidad del tráfico que no existe el adelantamiento propiamente dicho. En el río de vehículos se mezclan coches (relativamente escasos), camiones destartalados de todos los tamaños, tractores con remolques cargados hasta alturas preocupantes de las mercancías más diversas y absurdas, autobuses con tanta gente sentada en el techo como en el interior, autorrikshas, ciclorrikshas (o sea, calesas tiradas por una bicicleta sin cambios manejada por un tipo flaco y sudoroso), carretas y carros esquemáticos tirados por caballos, asnos, bueyes, camellos o tractores, motocicletas que transportan familias enteras, frágiles bicicletas, pachorrentas vacas, rebaños de cabras y ovejas, perros de mirada triste y, por enmedio del caos, peatones que circulan como un vehículo más. Cuando alguien quiere pasar, toca la bocina: "aquí estoy, quiero pasar". Los demás responden: "te hemos oído", lo cual no necesariamente quiere decir que le vayan a dejar paso, pues a veces es imposible. Los vehículos apuran todavía más los milímetros que los separan, se desplazan todos juntos en la misma dirección, la corriente se abre imperceptiblemente y, atento al fugaz hueco, quien quería pasar lo hace con la habilidad de una anguila. Para el recién llegado la locura del tráfico es peligrosa e incomprensible y cruzar la calle es una hazaña que requiere valor, decisión y cierto desprecio por la vida. Sin embargo, con un poco de práctica uno se siente seguro al lanzarse a esa corriente que se desplaza a 40 km/h como máximo, pues es consciente de que, por muy denso que sea el tráfico, él también cabe, a él también le corresponde un espacio (que comprende su cuerpo y un radio extra de diez centímetros) que los demás respetarán, reaccionando y adaptándose a sus movimientos. Por ello, cuando ves que se te echa encima un coche has de mantener la calma y, si acaso, estirar un brazo para decir "quieto ahí, que ahora paso yo". Lo que no se puede hacer es echar a correr de repente, pues eso te convierte en imprevisible y los despista. Ya he hablado en otro lugar de mi interpretación filosófica del tráfico indio: tú ve por tu camino, sin correr, y todo irá bien, como mucho tendrás que modificar ligeramente tu trayectoria como reacción a los movimientos de los demás, pero nunca tendrás que realizar movimientos bruscos. Me gusta esa forma de ver las cosas.
Como digo, el sonido de las bocinas es constante. Ello contrasta con el carácter silencioso de los indios. Veo un montón de imágenes de indios sonriendo, pero recuerdo a pocos hablando entre sí. Con quien sí hablan es con los extranjeros, pero sobre eso volveré dentro de un momento.
Siguiendo con las impresiones auditivas, si tienes la suerte de toparte con buenos músicos resulta inolvidable. Nosotros no vimos a nadie tocar el sitar (más que cuando entramos en una tienda de música con la intención -no llevada a cabo- de comprar uno), pero sí escuchamos en repetidas ocasiones la tabla, instrumento de percusión formado por dos tambores (uno de madera de teca y otro de metal, ambos cubiertos por una membrana de piel) que por sí solo vale un concierto: para tocarlo hace falta una técnica endiablada, cada mano efectúa movimientos diferentes a cuál más raro para extraer sonidos vibrantes, ahogados, definidos, retumbantes, huecos, penetrantes, metálicos, guturales (¡casi humanos!), de madera y de membrana de piel, agudos, medios y graves, combinados en ritmos capaces de llevarte al delirio o al éxtasis místico. Si la tabla se combina con el canto (que a veces es plano como en la música china y a veces modula como la música árabe o el flamenco), el efecto se multiplica.
El gusto también resulta estimulado por los extraños sabores de la comida india, si bien es cierto que suele acabar anestesiado de tanta especia y tanto picante. Hay veces que tras el primer bocado ya todo sabe igual o, aún peor, no sabe a nada. Abunda el arroz, la patata, las espinacas, el pimiento, el queso fresco. Para los no vegetarianos, el pollo y el cabrito. Entre las especias dominan el cilantro, de sabor muy característico, el comino, el turmeric (ni idea de cómo se dice en español) y diversos tipos de guindilla. Para mí, que me encanta descubrir la gastronomía de cada lugar adonde viajo, es una pena que la falta de higiene generalizada y el miedo a contraer alguna enfermedad (y el catálogo de éstas es amplio, y encima en Europa muchas veces no las saben reconocer) nos haya impedido probar la comida y los zumos de los abundantes puestos callejeros.
En cuanto al olfato, remito a la entrada sobre Benarés. Prefiero no recordarlo aquí, que acabo de comer.
Por último, en la piel queda un calor no excesivo si miramos el termómetro (comparado con el centro y el sur de España en verano, moco de pavo), pero que combinado con la humedad que hay provoca que te encuentres constantemente cocido en tu propia salsa. Llega un momento en que casi ni te molesta.
Sí, la India es un festín para los sentidos, pero también es un desafío a la mente. Sus magnitudes son inconcebibles. Su extensión no es tan exagerada, "apenas" seis veces la de España, pero su población la coloca creo que en el segundo lugar del mundo, si es que todavía no han adelantado a China, tan restrictiva en la natalidad. Más de mil millones de personas, es decir, veinte o veinticinco veces más que España, lo cual, si mis cálculos hechos por la cuenta de la vieja no fallan, arroja una densidad de población cuatro veces mayor que la de España. Si tenemos en cuenta que gran parte de la superficie india está ocupada por desierto o jungla, el dato se hace aún más significativo. Y cuando uno viaja por ciudades como Delhi o Varanasi o recorre el estado de Uttar Pradesh, en medio del cual se encuentra el distrito de Delhi, la comparación entre humanos e insectos es inevitable.
Otra magnitud especial en la India es el tiempo. Para empezar, la diferencia horaria con respecto a la España peninsular es de tres horas... ¡y media! Nunca había visto eso de la media hora, pensaba que los husos horarios marcaban diferencias de una hora más o una menos, y punto. A la hora india le llaman IST, siglas de Indian Standard Time. Pero algunos las hacen corresponder a Indian Stretchable Time: algo comprensible cuando sabes que "five minutes" son "five Indian minutes", que pueden equivaler a decenas de minutos de los nuestros; o cuando sabes que los horarios de los trenes son orientativos, hasta el punto de que un trayecto en tren puede durar el doble de lo previsto. De lo previsto no se sabe por quién, ya que los retrasos (¡los megarretrasos!) deben de ser más frecuentes que la puntualidad.
Quizá sea la densidad de población, o tal vez sea el calor sofocante, o cualquier otro factor por mí desconocido lo que hace que los indios se derramen de sus casas y que las calles estén llenas de gente día y noche. La calle se convierte en el escenario de todo tipo de acciones cotidianas. En la calle se cocina, se come y se bebe, en la calle se duerme, en la calle se orina, en la calle simplemente se está. Porque los indios, o al menos esa es la sensación que me da por su actitud y su mirada, están. A diferencia de nosotros, que muchas veces nos perdemos en nuestras divagaciones y preocupaciones, en secuencias imaginarias de causas y efectos, en cuentos de la lechera. Eso sí me gusta. Si mi impresión no me engaña, ellos están donde están y no en otra parte, ni en mil sitios a la vez. Cuando un indio está acuclillado en la acera mirando a lo lejos parece que está acuclillado en la acera mirando a lo lejos, y no pensando en sabediós qué.
Ese vivir en la calle, ese exhibicionismo involuntario, unido a la alta densidad de población y probablemente a otros factores culturales que ignoro, hace que los indios tengan un curioso concepto de la intimidad. Para ellos no tiene nada de malo mirar fijamente a los demás, observar lo que hacen, abordarlos sin rodeos, interrogarlos acerca de cuestiones como su salario, merodear cuando estás escribiendo un meil o incluso ponerse a caminar a tu lado por la calle sin dejar de mirarte, deteniéndose cuando tú te detienes, reanudando el camino a la vez que tú, parándose en seco cuando tú lo haces, ya picado. En algunos casos resulta fastidioso. En otros, lo hacen con tanta inocencia que hasta te hace gracia. Sobre todo cuando te saludan porque sí o te sonríen espontáneamente. Me pregunto qué pasaría si yo, caminando por el centro de Madrid o de Varsovia, me pusiera a saludar a cada transeúnte o a sonreír a diestro y siniestro. Sospecho que provocaría más respuestas suspicaces que cálidas.
Y sí, pensando sobre la cantidad de gente que me ha saludado o me ha sonreído, que ha mostrado interés por mí (o por "ese extranjero") en la medida en que su escaso inglés (y mi nulo hindi) lo permitía, no puedo menos que certificar (y alabar) la voluntad de contacto de los indios. Me gustaría saber cómo se relacionan entre sí, pero parece una nación dispuesta al contacto y, en general, nada tímida.
La parte negativa de esto es la que se deriva de su concepción del mundo. El hinduismo establece un sistema de castas en el que unas personas son superiores o inferiores a otras de nacimiento. Asimismo, si no me equivoco, la mujer queda supeditada al hombre, por lo menos a partir del matrimonio. Todo ello hace que en muchos casos unos traten a otros con desprecio o, la otra cara de la moneda, con servilismo; e incluso que se vean escenas violentas. Un indio que está tranquilamente conversando contigo es capaz de pegarle un grito o un pescozón al niño sucio que se acerca a mendigarte unas rupias. Un policía puede orientarte amablemente e incluso posar para una foto contigo y al minuto sacar la porra para disolver una aglomeración de gente. Supongo que cada uno lleva escrito en la frente a qué casta pertenece, porque ellos se reconocen inmediatamente y adoptan la actitud consecuente. El extranjero no resulta ajeno: quienes están acostumbrados a servir, serán serviles ante él. Yo en los hoteles me sentía mal cuando cuatro tipos mal alimentados venían a coger mi mochilón con ojos huidizos y el sempiterno "sir" en la boca. Me parecía estar en una peli sobre África: yo era el blanco con su salacot y los negros semidesnudos me llamaban "sahib" o "bwana". Por eso, aunque quizá lo correcto hubiera sido dejarles llevar mi equipaje y darles magnánimamente unas rupias, prefería darles amablemente las gracias y ocuparme yo mismo de mis cosas. No creo que lo entendieran.
Quizá fuera mi desconocimiento y mi carencia de claves, pero no sabía cómo dirigirme a las mujeres, especialmente a las casadas. Me daba la sensación de que éstas se volvían mucho más retraídas y antes de decir cualquier cosa se volvían hacia el marido como pidiendo permiso. Mi comportamiento natural habría sido dirigirme al marido y a la mujer por igual, como si estuvieran los dos al mismo nivel, y al mismo nivel que yo. Pero no sé si lo estaban. Y por eso solía dejarme llevar y, antes de decirle algo a la mujer, buscar con la mirada la aprobación del marido. Serán cosas que tienen su explicación desde la coherencia interna de una cultura, pero a mí, desde la mía, me mosquean.
Hay otra cuestión que me hace bastante gracia y que de algún modo creo que está relacionada con la voluntad de contacto de la que antes hablaba. No sé si se puede aplicar este término desde nuestra perspectiva, pero los indios son presumidos. Dentro de las posibilidades de cada uno, les encanta ir arreglados, lo cual en muchos casos significa simplemente llevar una camisa limpia y planchada, la cara rasurada y el bigote bien recortadito. Las mujeres van ataviadas con colores vistosos. En algunas zonas como el Rajasthán algunas llevan la cabeza e incluso la cara tapada con una parte del vestido que les hace de velo, pero no obstante lucen joyas por doquier. Anillos, brazaletes y quilos de pulseras. Pendientes dorados en la nariz y en las orejas, a veces pesados aros que parece que les van a desgarrar la nariz, o cadenas que unen los adornos de la nariz con los de las orejas. Pero eso no es nada: lo que más me sorprendió es cómo maquillan a los bebés y, para las fiestas, a los niños. Me resulta rarísimo ver a un bebé con los ojos delineados por una gruesa raya negra.
Sí, les encanta estar guapos y dejar constancia de ello. Cuando te ven con la cámara no sólo suelen darte gustosos permiso para hacerles fotos, sino que muchos incluso te lo piden, y se convierten en las personas más felices del mundo cuando después les enseñas en la pantalla de la cámara la imagen que les has tomado. Sonríen, menean la cabeza en ese gesto tan indio que va de la barbilla a la coronilla paando por el cogote, y luego llaman a todos los circunstantes para que vean la foto, lo cual suele darles envidia y acabas fotografiando a medio barrio. Hay quienes te piden que les des la foto, así al momento, como si tuvieras una Polaroid. Otros quieren que se la mandes, y cuando les dices que no hay problema te das cuenta de que no tienen correo electrónico. Los niños son terribles en ese sentido: basta que saques la cámara para fotografiar una carita preciosa y enseguida se junta una jauría de chavales no tan fotogénicos, se te ponen delante tapando al otro, se empujan para aparecer en primer plano, como si en la foto no cupiera más que una persona, y se acercan tanto que no puedes retratar más que ojos, narices y dientes. Yo pienso que los feos también tienen derecho a ser fotografiados y les hago fotos a todos (aunque luego algunas las borro, pero eso ellos no lo saben), pero cuando llegan unos avasallando a otros guardo la cámara y me voy, aunque a veces pierdo así bellas imágenes. Y encima creo que no lo entienden. Yo me quedo sin foto y ellos no aprenden ninguna lección.
A veces te llegan señores mayores y te piden humildemente que les hagas una foto con su familia. Luego, con una sonrisa tímida, insisten en que se la mandes. Yo me imagino que a lo mejor no tienen ninguna foto de familia y que les haría mucha ilusión. A veces acepto, pero generalmente me invento alguna excusa. Me da pena, pero si accediera siempre acabaría mandando fotos a veinte o treinta personas. Y soy demasiado vago para eso.
En general, esa presunción inocente de los indios me gusta bastante. Más que vanidad me parece falta de vergüenza limitadora, de falsa modestia, carencia de tabús como los que tenemos nosotros. Quizá esto esté relacionado con lo que comentaba antes sobre la presencia: el indio está donde está, el momento es bueno, pero de la misma forma que va a esfumarse inevitablemente tampoco hay nada malo en inmortalizarlo, en dejar constancia de una acción o de una sonrisa. Les gusta ser fotografiados en su contexto o realizando sus actividades cotidianas. Sí, posan, y lo hacen muy bien, miran fijamente al objetivo el tiempo que haga falta para que tú modifiques todos los parámetros necesarios; pero posan dentro de su naturalidad, en sus tiendas, con sus amigos, mostrándote la botella de agua que tienen en la mano o la riksha que les da de comer.
De la misma manera que les gusta realzar su belleza, están dispuestos a apreciar la de los demás. No es que yo me esté llamando bello, pero me asombraba que los indios (sólo hombres, obviamente) se me acercaran y me acariciaran el "choti" (el mechón borroka ése que llevo por detrás, recuerdo de mi melena), me palparan los brazos y me preguntaran si iba al gimnasio. Dicho sea de paso, a medida que adelgazaba y me crecía la barba iba dejando de despertar su interés.
Mirando las fotos y recapacitando sobre lo que viví allí, me llama la atención el contraste entre lo que veo en las imágenes y la impresión general que me ha quedado sobre los indios. Me refiero al hecho ya comentado en otras ocasiones de que en la India, como turista, estás expuesto al timo constante. Sabes que cuando alguien te aborda en la calle suele ser porque quiere algo de ti. "Algo" significa dinero. Precisamente los comerciantes, por su trato constante con los turistas, son los que mejor saben inglés. El resto como mucho lo chapurrea, cosa que me sorprende siendo el inglés lengua oficial. Ello se traduce en que si alguien te dice algo más que "hello" y "which country?" ya empiezas a sospechar de sus intenciones. Acabas desconfiando por sistema, incluso de quienes te ofrecen su ayuda en teoría de forma desinteresada. Y tener el modo de alerta puesto cada vez que hablas con alguien, intentas comprar algo o conseguir algún servicio resulta agotador. Pero es que el afán por quedarse con tu dinero es tan contagioso que hasta los niños de familias económicamente desahogadas (a juzgar por su atuendo y pulcritud) te piden rupias porque sí; y nunca puedes hacer una foto, aunque te hayan dado permiso antes, sin la duda de si te pedirán pasta después. Sin embargo, como digo, cuando miro las fotos prevalecen las miradas francas, limpias. Considero que es una pena no haber tenido más contacto con los indios no comerciantes. Temo que mi percepción de los indios esté demasiado condicionada por ese sector de la población, lo cual me hace sentir vil e injusto o, cuando menos, ignorate por carecer de claves para acceder a ese pueblo. Por eso, para sacarme esa espina y no quedarme con el mal sabor de boca, me gustaría volver algún día a la India, siempre y cuando se cumpla al menos una de estas dos condiciones: haber aprendido algo de hindi y/o tener algún contacto allí. Sí, un país tan grande, tan significativo en tantos aspectos tanto histórica como contemporáneamente merece una segunda oportunidad. Al fin y al cabo, el diálogo es cosa de dos y creo que ahí yo también he fallado, aunque he puesto de mi parte todo lo que sabía.
Al volver a Polonia me ha soprendido la cantidad de prohibiciones que hay en comparación con la India: en este patio no se puede jugar a la pelota, por este parque no se puede pasar en bici, en todas partes hay guardias y policías con cara de estresados. Admito que, si yo fuera gobernante en la India, introduciría alguna que otra prohibición, como la de tirar la basura al suelo. Pero en general me va esa carencia de prohibiciones. Entre las pocas que hay, destacan las debidas a cuestiones religiosas, como entrar en un templo con zapatos o en un templo jainista con objetos de piel. Por cierto, que me parece abusrdo que en los templos jainistas te dejen entrar si te quitas el cinturón o lo que lleves de cuero. Si ellos defienden la vida por encima de todo, ¿qué más les da que el cinturón me lo quite o me lo deje puesto si el animal del que se sacó la piel ya está muerto? Para mí lo coherente sería prohibir la entrada a cualquiera que use, en general, objetos de piel. Si no, es como decir: perdono al asesino si esconde las pruebas. ¿No os parece?
La reputación que tiene la India como país espiritual está justificada, pero quizá malinterpretada. Desde mi punto de vista condicionado por la herencia judeocristiana, uno no puede considerarse espiritual cuando su principal objetivo es enriquecerse a costa de otros, aunque el mal para estos otros sea relativo. Me cuesta creer que el tipo que se levanta por la mañana ideando nuevos modos de tangar a los turistas dedique equis minutos diarios a la oración. Pero tal vez esa contradicción no lo sea para ellos. En cualquier caso, todo, absolutamente todo está decorado con imágenes de dioses (princialmente Ganesh, el de la cabeza de elefante, que trae suerte) y símbolos de origen más o menos religioso. Sí, la India es la cuna de dos grandes religiones: el hinduismo, mayoritaria en la India pero casi desconocida en el resto del mundo, aunque aun así cuenta suficientes fieles como para colocarse en los primeros lugares; y el budismo, que se expandió por otros lugares dejando su impronta en diferentes aspectos de la vida, pero en la India apenas existe; por no hablar de otras religiones menores como el sikhismo o el jainismo. La segunda religión de la India, practicada por un quince o veinte por ciento de la población, es el islam. En la India se palpa la fe. Recuerdo cuando en Khajuraho nos explicaba Ganesh el significado de la canción que acababa de cantar su sobrino: damos gracias por la vida y no nos fijamos en los bienes materiales, porque ante la muerte todos somos iguales; lo que tenemos que hacer es trabajar duro y vivir píamente para en la próxima encarnación obtener nuestra recompensa, que consistirá en nacer dentro de una casta más elevada.
He aquí una de esas cosas que a la vez me gustan y no me gustan. Admiro su fe, pero es que la misma fe que les ayuda a enfrentarse a su dura realidad les condena a no salir de ella. Recurren a ella como a una tabla de salvación sin darse cuenta de que por ello no aprenderán nunca a nadar. Ya lo he comentado en alguna otra entrada. Cuando un hindú tiene que soportar una vida llena de miserias, lo hará con resignación, pues al fin y al cabo está expiando culpas de otra vida. La recompensa la hallará en la próxima vida. Con una filosofía así las penurias pueden ser más llevaderas, pero por otra parte uno nunca buscará la forma de evitarlas ni se rebelará contra su destino. Mi visión será parcial, pero para mí el hinduismo es una forma de perpetuar el estado de las cosas que precisamente a quien menos favorece es a los pobres, que no son precisamente el grupo social menos nutrido. Y sin embargo el 80% de la población es hindú.
No sé muy bien como es la convivencia de las distintas religiones, pero me da la sensación de que hay bastante tolerancia. He visto a hindúes entrando con todo respeto en templos jainistas o sikhs e incluso en mezquitas. No sé cómo será la relación entre hinduismo e islam, me imagino que habrá más tensiones al tratarse de las dos religiones principales y estando siempre presente la cuestión de Paquistán (supongo que todos lo sabréis, yo me enteré hace poco de que lo que hoy en día es Paquistán hace medio siglo era parte de la India, pero los enfrentamientos religiosos motivaron la separación) y la de Cachemira (dividida entre India y Paquistán y permanente causa de conflicto).
La diversidad de la India es enorme en lo geográfico, étnico, lo religioso y lo lingüístico, cuestiones que están relacionadas. Si bien la lengua predominante (sobre todo en el norte, la zona más poblada) es el hindi, existen dieciocho lenguas reconocidas (muchas de ellas con alfabetos propios) y decenas de dialectos. Es de suponer que esta situación no facilita la comunicación. El inglés sólo sirve de lengua franca en algunos casos. No sé cómo será en el sur, pero en el norte hemos comprobado que no son muchos quienes lo dominan.
En general veo que con el tiempo (y de momento ha pasado muy poco) se van filtrando las experiencias negativas. Muchas de ellas se convierten en anécdotas más o menos divertidas.
Como punto final del viaje quería haberles pedido a mis compañeros que hicieran un resumen de su experiencia contestando a las siguientes preguntas: qué es lo que más te ha gustado, qué es lo que menos y qué crees que has aprendido en este viaje. Las circunstancias que surgieron inesperadamente en los últimos momentos que pasamos allí imposibilitaron esta reflexión final, que me habría parecido sumamente interesante. Dejaré, pues, constancia de la mía.
Lo que más me ha gustado ha sido el vislumbre de humanidad y de vida auténtica que tuvimos en casa de Ganesh. En otro orden de cosas, las impresiones sensoriales, sobre todo visuales, especialmente en los bazares; los templos de Khajuraho; la sonrisa inocente de algunos niños; y, menos inherente al país, el viaje con mi hermana y el resto de nuestros compañeros y el haber conocido fugazmente a otros viajeros majos. Lo que menos, la falta de contacto o de comprensión con los indios en general. En cantidad, lo negativo es menos que lo positivo, pero en peso específico le anda cerca. Me costaría decir si el balance es bueno o malo, aunque, como digo, a medida que pasan los días me voy quedando más con lo positivo.
En cuanto a qué he aprendido, supongo que muchas cosas, aunque algunas sean difíciles de concretar. Es bueno ver que existen otras formas de vida y que de ellas, ya sea por imitación o por rechazo, se pueden aprender cosas. Que aun así no debemos juzgarlas si no somos capaces de ver su coherencia interna, pues no podemos valorar otras realidades desde nuestro punto de vista parcial. Es bueno ver cómo a pesar de la austeridad (cuando no pobreza) en la que viven, son capaces de sonreír.Es bueno relativizar el valor de tu propia cultura, saber cuáles de las cosas que te ofrece te sirven y cuáles son mejorables. Sin sentirme orgulloso (ni mucho menos, pues no es más que un hecho fortuito) de ser europeo y español, veo claramente que no pertenezco a la cultura india y que no podria integrarme allí, en contraste con lo que sentí en Brasil hace siete años.
En lo personal, he explorado los límites de mi paciencia, autocontrol y capacidad de adaptación, con resultados en general bastante satisfactorios (aunque ha habido deslices que lamento). También he experimentado mis habilidades de integración en un grupo, dinámica a la que no estoy acostumbrado, pues siempre me he sentido mejor en agrupamientos pequeños. Me siento especialmente contento de haber superado ciertos miedos, ascos, aprensiones y escrúpulos. Claro que sigo queriendo que las cosas estén limpias e higiénicas, pero sin entrar en puntos histéricos. Siguen sin gustarme los bichos, pero no me producen tanto repelús como antes.
Y bueno, es tarde ya para seguir reflexionando y escribiendo. De momento creo que el blog indio se va a quedar por aquí. Seguiré entrando de vez en cuando para ver si hay comentarios.
Muchas gracias a todos los que habéis seguido nuestras aventuras y a los que habéis comentado mis textos o compartido vuestras reflexiones conmigo y con el resto de los lectores. Al leeros me he sentido más acompañado, comprendido, apoyado. Vuestras palabras han sido enriquecedoras. La experiencia de escribir el blog ha sido absorbente (ya veis que cuando me pongo a escribir me entra la verborrea) y agotadora física y mentalmente (mientras los demás dormían o se relajaban, yo andaba buscando un ordenador en el que verter mis impresiones, previo repaso mental del día), pero ha merecido la pena. Sé que volveré a releer este diario de viaje y me sorprenderé de lo que he escrito. Para el próximo viaje exótico que haga ya os avisaré. No sé dónde será: ¿Cuba? ¿Marruecos? ¿Vietnam? Hay tanto mundo para descubrir...
Por cierto, ayer fui a montar en bici por un bosque que hay en Varsovia y me encantó el paisaje. La luz del sol, preciosa; el cielo, azul de verdad (no como en la India, que es blanco); las nubes, pintorescas; y la perspectiva de largas hileras amarillas de enormes girasoles. Nada que envidiar a otros lugares.
Tenéis mi e-mail, ¿verdad? ;) ¡Abrazos a todos!
A lo largo de este viaje he repetido en numerosas ocasiones que no sé si la India me gusta o no me gusta. Ahora lo veo de otro modo: me gusta y no me gusta al mismo tiempo. Está claro que tiene cosas maravillosas y cosas horribles y que en muchos casos resultan inseparables. De hecho, la primera versión de esta entrada se titulaba "La India, país contradictorio". Pero vamos por partes.
Durante estos últimos días me he dedicado básicamente a organizar las más de dos mil fotos que saqué. Supongo que es esa la causa de que ahora mismo en mí predominen las impresiones visuales. Y la verdad es que en ese aspecto la India tiene mucho que ofrecer. No sólo por sus paisajes grandiosos (los diferentes grados de desierto en el Rajasthán, los Himalaya, las junglas y las playas que no vimos) y sus templos impresionantes (impresionantes unos por su majestuosidad o por lo detallado de los relieves que lo adornan, otros por el nivel de horterada que llegan a alcanzar). También llama poderosamente la atención el colorido de los vestidos, de las casas, de los letreros, de las comidas, de los mercados y bazares, de los envoltorios de los productos, de los vehículos decorados en plan árbol de navidad. Atraen los marcados rasgos faciales de la gente, su pelo negrísimo, su piel oscura y brillante, su intrigante sonrisa, su mirada fija y sus gestos indescifrables. Incluso los garabatos del alfabeto devanagari usado para escribir el hindi son bonitos.
En lo auditivo, por encima de todo predomina el graznido de las bocinas de coches, camiones, motos y rikshas. Con bocinazos se saludan, se avisan o se dan por avisados. Conducen de oído. No necesitan los retrovisores. Es tal la densidad del tráfico que no existe el adelantamiento propiamente dicho. En el río de vehículos se mezclan coches (relativamente escasos), camiones destartalados de todos los tamaños, tractores con remolques cargados hasta alturas preocupantes de las mercancías más diversas y absurdas, autobuses con tanta gente sentada en el techo como en el interior, autorrikshas, ciclorrikshas (o sea, calesas tiradas por una bicicleta sin cambios manejada por un tipo flaco y sudoroso), carretas y carros esquemáticos tirados por caballos, asnos, bueyes, camellos o tractores, motocicletas que transportan familias enteras, frágiles bicicletas, pachorrentas vacas, rebaños de cabras y ovejas, perros de mirada triste y, por enmedio del caos, peatones que circulan como un vehículo más. Cuando alguien quiere pasar, toca la bocina: "aquí estoy, quiero pasar". Los demás responden: "te hemos oído", lo cual no necesariamente quiere decir que le vayan a dejar paso, pues a veces es imposible. Los vehículos apuran todavía más los milímetros que los separan, se desplazan todos juntos en la misma dirección, la corriente se abre imperceptiblemente y, atento al fugaz hueco, quien quería pasar lo hace con la habilidad de una anguila. Para el recién llegado la locura del tráfico es peligrosa e incomprensible y cruzar la calle es una hazaña que requiere valor, decisión y cierto desprecio por la vida. Sin embargo, con un poco de práctica uno se siente seguro al lanzarse a esa corriente que se desplaza a 40 km/h como máximo, pues es consciente de que, por muy denso que sea el tráfico, él también cabe, a él también le corresponde un espacio (que comprende su cuerpo y un radio extra de diez centímetros) que los demás respetarán, reaccionando y adaptándose a sus movimientos. Por ello, cuando ves que se te echa encima un coche has de mantener la calma y, si acaso, estirar un brazo para decir "quieto ahí, que ahora paso yo". Lo que no se puede hacer es echar a correr de repente, pues eso te convierte en imprevisible y los despista. Ya he hablado en otro lugar de mi interpretación filosófica del tráfico indio: tú ve por tu camino, sin correr, y todo irá bien, como mucho tendrás que modificar ligeramente tu trayectoria como reacción a los movimientos de los demás, pero nunca tendrás que realizar movimientos bruscos. Me gusta esa forma de ver las cosas.
Como digo, el sonido de las bocinas es constante. Ello contrasta con el carácter silencioso de los indios. Veo un montón de imágenes de indios sonriendo, pero recuerdo a pocos hablando entre sí. Con quien sí hablan es con los extranjeros, pero sobre eso volveré dentro de un momento.
Siguiendo con las impresiones auditivas, si tienes la suerte de toparte con buenos músicos resulta inolvidable. Nosotros no vimos a nadie tocar el sitar (más que cuando entramos en una tienda de música con la intención -no llevada a cabo- de comprar uno), pero sí escuchamos en repetidas ocasiones la tabla, instrumento de percusión formado por dos tambores (uno de madera de teca y otro de metal, ambos cubiertos por una membrana de piel) que por sí solo vale un concierto: para tocarlo hace falta una técnica endiablada, cada mano efectúa movimientos diferentes a cuál más raro para extraer sonidos vibrantes, ahogados, definidos, retumbantes, huecos, penetrantes, metálicos, guturales (¡casi humanos!), de madera y de membrana de piel, agudos, medios y graves, combinados en ritmos capaces de llevarte al delirio o al éxtasis místico. Si la tabla se combina con el canto (que a veces es plano como en la música china y a veces modula como la música árabe o el flamenco), el efecto se multiplica.
El gusto también resulta estimulado por los extraños sabores de la comida india, si bien es cierto que suele acabar anestesiado de tanta especia y tanto picante. Hay veces que tras el primer bocado ya todo sabe igual o, aún peor, no sabe a nada. Abunda el arroz, la patata, las espinacas, el pimiento, el queso fresco. Para los no vegetarianos, el pollo y el cabrito. Entre las especias dominan el cilantro, de sabor muy característico, el comino, el turmeric (ni idea de cómo se dice en español) y diversos tipos de guindilla. Para mí, que me encanta descubrir la gastronomía de cada lugar adonde viajo, es una pena que la falta de higiene generalizada y el miedo a contraer alguna enfermedad (y el catálogo de éstas es amplio, y encima en Europa muchas veces no las saben reconocer) nos haya impedido probar la comida y los zumos de los abundantes puestos callejeros.
En cuanto al olfato, remito a la entrada sobre Benarés. Prefiero no recordarlo aquí, que acabo de comer.
Por último, en la piel queda un calor no excesivo si miramos el termómetro (comparado con el centro y el sur de España en verano, moco de pavo), pero que combinado con la humedad que hay provoca que te encuentres constantemente cocido en tu propia salsa. Llega un momento en que casi ni te molesta.
Sí, la India es un festín para los sentidos, pero también es un desafío a la mente. Sus magnitudes son inconcebibles. Su extensión no es tan exagerada, "apenas" seis veces la de España, pero su población la coloca creo que en el segundo lugar del mundo, si es que todavía no han adelantado a China, tan restrictiva en la natalidad. Más de mil millones de personas, es decir, veinte o veinticinco veces más que España, lo cual, si mis cálculos hechos por la cuenta de la vieja no fallan, arroja una densidad de población cuatro veces mayor que la de España. Si tenemos en cuenta que gran parte de la superficie india está ocupada por desierto o jungla, el dato se hace aún más significativo. Y cuando uno viaja por ciudades como Delhi o Varanasi o recorre el estado de Uttar Pradesh, en medio del cual se encuentra el distrito de Delhi, la comparación entre humanos e insectos es inevitable.
Otra magnitud especial en la India es el tiempo. Para empezar, la diferencia horaria con respecto a la España peninsular es de tres horas... ¡y media! Nunca había visto eso de la media hora, pensaba que los husos horarios marcaban diferencias de una hora más o una menos, y punto. A la hora india le llaman IST, siglas de Indian Standard Time. Pero algunos las hacen corresponder a Indian Stretchable Time: algo comprensible cuando sabes que "five minutes" son "five Indian minutes", que pueden equivaler a decenas de minutos de los nuestros; o cuando sabes que los horarios de los trenes son orientativos, hasta el punto de que un trayecto en tren puede durar el doble de lo previsto. De lo previsto no se sabe por quién, ya que los retrasos (¡los megarretrasos!) deben de ser más frecuentes que la puntualidad.
Quizá sea la densidad de población, o tal vez sea el calor sofocante, o cualquier otro factor por mí desconocido lo que hace que los indios se derramen de sus casas y que las calles estén llenas de gente día y noche. La calle se convierte en el escenario de todo tipo de acciones cotidianas. En la calle se cocina, se come y se bebe, en la calle se duerme, en la calle se orina, en la calle simplemente se está. Porque los indios, o al menos esa es la sensación que me da por su actitud y su mirada, están. A diferencia de nosotros, que muchas veces nos perdemos en nuestras divagaciones y preocupaciones, en secuencias imaginarias de causas y efectos, en cuentos de la lechera. Eso sí me gusta. Si mi impresión no me engaña, ellos están donde están y no en otra parte, ni en mil sitios a la vez. Cuando un indio está acuclillado en la acera mirando a lo lejos parece que está acuclillado en la acera mirando a lo lejos, y no pensando en sabediós qué.
Ese vivir en la calle, ese exhibicionismo involuntario, unido a la alta densidad de población y probablemente a otros factores culturales que ignoro, hace que los indios tengan un curioso concepto de la intimidad. Para ellos no tiene nada de malo mirar fijamente a los demás, observar lo que hacen, abordarlos sin rodeos, interrogarlos acerca de cuestiones como su salario, merodear cuando estás escribiendo un meil o incluso ponerse a caminar a tu lado por la calle sin dejar de mirarte, deteniéndose cuando tú te detienes, reanudando el camino a la vez que tú, parándose en seco cuando tú lo haces, ya picado. En algunos casos resulta fastidioso. En otros, lo hacen con tanta inocencia que hasta te hace gracia. Sobre todo cuando te saludan porque sí o te sonríen espontáneamente. Me pregunto qué pasaría si yo, caminando por el centro de Madrid o de Varsovia, me pusiera a saludar a cada transeúnte o a sonreír a diestro y siniestro. Sospecho que provocaría más respuestas suspicaces que cálidas.
Y sí, pensando sobre la cantidad de gente que me ha saludado o me ha sonreído, que ha mostrado interés por mí (o por "ese extranjero") en la medida en que su escaso inglés (y mi nulo hindi) lo permitía, no puedo menos que certificar (y alabar) la voluntad de contacto de los indios. Me gustaría saber cómo se relacionan entre sí, pero parece una nación dispuesta al contacto y, en general, nada tímida.
La parte negativa de esto es la que se deriva de su concepción del mundo. El hinduismo establece un sistema de castas en el que unas personas son superiores o inferiores a otras de nacimiento. Asimismo, si no me equivoco, la mujer queda supeditada al hombre, por lo menos a partir del matrimonio. Todo ello hace que en muchos casos unos traten a otros con desprecio o, la otra cara de la moneda, con servilismo; e incluso que se vean escenas violentas. Un indio que está tranquilamente conversando contigo es capaz de pegarle un grito o un pescozón al niño sucio que se acerca a mendigarte unas rupias. Un policía puede orientarte amablemente e incluso posar para una foto contigo y al minuto sacar la porra para disolver una aglomeración de gente. Supongo que cada uno lleva escrito en la frente a qué casta pertenece, porque ellos se reconocen inmediatamente y adoptan la actitud consecuente. El extranjero no resulta ajeno: quienes están acostumbrados a servir, serán serviles ante él. Yo en los hoteles me sentía mal cuando cuatro tipos mal alimentados venían a coger mi mochilón con ojos huidizos y el sempiterno "sir" en la boca. Me parecía estar en una peli sobre África: yo era el blanco con su salacot y los negros semidesnudos me llamaban "sahib" o "bwana". Por eso, aunque quizá lo correcto hubiera sido dejarles llevar mi equipaje y darles magnánimamente unas rupias, prefería darles amablemente las gracias y ocuparme yo mismo de mis cosas. No creo que lo entendieran.
Quizá fuera mi desconocimiento y mi carencia de claves, pero no sabía cómo dirigirme a las mujeres, especialmente a las casadas. Me daba la sensación de que éstas se volvían mucho más retraídas y antes de decir cualquier cosa se volvían hacia el marido como pidiendo permiso. Mi comportamiento natural habría sido dirigirme al marido y a la mujer por igual, como si estuvieran los dos al mismo nivel, y al mismo nivel que yo. Pero no sé si lo estaban. Y por eso solía dejarme llevar y, antes de decirle algo a la mujer, buscar con la mirada la aprobación del marido. Serán cosas que tienen su explicación desde la coherencia interna de una cultura, pero a mí, desde la mía, me mosquean.
Hay otra cuestión que me hace bastante gracia y que de algún modo creo que está relacionada con la voluntad de contacto de la que antes hablaba. No sé si se puede aplicar este término desde nuestra perspectiva, pero los indios son presumidos. Dentro de las posibilidades de cada uno, les encanta ir arreglados, lo cual en muchos casos significa simplemente llevar una camisa limpia y planchada, la cara rasurada y el bigote bien recortadito. Las mujeres van ataviadas con colores vistosos. En algunas zonas como el Rajasthán algunas llevan la cabeza e incluso la cara tapada con una parte del vestido que les hace de velo, pero no obstante lucen joyas por doquier. Anillos, brazaletes y quilos de pulseras. Pendientes dorados en la nariz y en las orejas, a veces pesados aros que parece que les van a desgarrar la nariz, o cadenas que unen los adornos de la nariz con los de las orejas. Pero eso no es nada: lo que más me sorprendió es cómo maquillan a los bebés y, para las fiestas, a los niños. Me resulta rarísimo ver a un bebé con los ojos delineados por una gruesa raya negra.
Sí, les encanta estar guapos y dejar constancia de ello. Cuando te ven con la cámara no sólo suelen darte gustosos permiso para hacerles fotos, sino que muchos incluso te lo piden, y se convierten en las personas más felices del mundo cuando después les enseñas en la pantalla de la cámara la imagen que les has tomado. Sonríen, menean la cabeza en ese gesto tan indio que va de la barbilla a la coronilla paando por el cogote, y luego llaman a todos los circunstantes para que vean la foto, lo cual suele darles envidia y acabas fotografiando a medio barrio. Hay quienes te piden que les des la foto, así al momento, como si tuvieras una Polaroid. Otros quieren que se la mandes, y cuando les dices que no hay problema te das cuenta de que no tienen correo electrónico. Los niños son terribles en ese sentido: basta que saques la cámara para fotografiar una carita preciosa y enseguida se junta una jauría de chavales no tan fotogénicos, se te ponen delante tapando al otro, se empujan para aparecer en primer plano, como si en la foto no cupiera más que una persona, y se acercan tanto que no puedes retratar más que ojos, narices y dientes. Yo pienso que los feos también tienen derecho a ser fotografiados y les hago fotos a todos (aunque luego algunas las borro, pero eso ellos no lo saben), pero cuando llegan unos avasallando a otros guardo la cámara y me voy, aunque a veces pierdo así bellas imágenes. Y encima creo que no lo entienden. Yo me quedo sin foto y ellos no aprenden ninguna lección.
A veces te llegan señores mayores y te piden humildemente que les hagas una foto con su familia. Luego, con una sonrisa tímida, insisten en que se la mandes. Yo me imagino que a lo mejor no tienen ninguna foto de familia y que les haría mucha ilusión. A veces acepto, pero generalmente me invento alguna excusa. Me da pena, pero si accediera siempre acabaría mandando fotos a veinte o treinta personas. Y soy demasiado vago para eso.
En general, esa presunción inocente de los indios me gusta bastante. Más que vanidad me parece falta de vergüenza limitadora, de falsa modestia, carencia de tabús como los que tenemos nosotros. Quizá esto esté relacionado con lo que comentaba antes sobre la presencia: el indio está donde está, el momento es bueno, pero de la misma forma que va a esfumarse inevitablemente tampoco hay nada malo en inmortalizarlo, en dejar constancia de una acción o de una sonrisa. Les gusta ser fotografiados en su contexto o realizando sus actividades cotidianas. Sí, posan, y lo hacen muy bien, miran fijamente al objetivo el tiempo que haga falta para que tú modifiques todos los parámetros necesarios; pero posan dentro de su naturalidad, en sus tiendas, con sus amigos, mostrándote la botella de agua que tienen en la mano o la riksha que les da de comer.
De la misma manera que les gusta realzar su belleza, están dispuestos a apreciar la de los demás. No es que yo me esté llamando bello, pero me asombraba que los indios (sólo hombres, obviamente) se me acercaran y me acariciaran el "choti" (el mechón borroka ése que llevo por detrás, recuerdo de mi melena), me palparan los brazos y me preguntaran si iba al gimnasio. Dicho sea de paso, a medida que adelgazaba y me crecía la barba iba dejando de despertar su interés.
Mirando las fotos y recapacitando sobre lo que viví allí, me llama la atención el contraste entre lo que veo en las imágenes y la impresión general que me ha quedado sobre los indios. Me refiero al hecho ya comentado en otras ocasiones de que en la India, como turista, estás expuesto al timo constante. Sabes que cuando alguien te aborda en la calle suele ser porque quiere algo de ti. "Algo" significa dinero. Precisamente los comerciantes, por su trato constante con los turistas, son los que mejor saben inglés. El resto como mucho lo chapurrea, cosa que me sorprende siendo el inglés lengua oficial. Ello se traduce en que si alguien te dice algo más que "hello" y "which country?" ya empiezas a sospechar de sus intenciones. Acabas desconfiando por sistema, incluso de quienes te ofrecen su ayuda en teoría de forma desinteresada. Y tener el modo de alerta puesto cada vez que hablas con alguien, intentas comprar algo o conseguir algún servicio resulta agotador. Pero es que el afán por quedarse con tu dinero es tan contagioso que hasta los niños de familias económicamente desahogadas (a juzgar por su atuendo y pulcritud) te piden rupias porque sí; y nunca puedes hacer una foto, aunque te hayan dado permiso antes, sin la duda de si te pedirán pasta después. Sin embargo, como digo, cuando miro las fotos prevalecen las miradas francas, limpias. Considero que es una pena no haber tenido más contacto con los indios no comerciantes. Temo que mi percepción de los indios esté demasiado condicionada por ese sector de la población, lo cual me hace sentir vil e injusto o, cuando menos, ignorate por carecer de claves para acceder a ese pueblo. Por eso, para sacarme esa espina y no quedarme con el mal sabor de boca, me gustaría volver algún día a la India, siempre y cuando se cumpla al menos una de estas dos condiciones: haber aprendido algo de hindi y/o tener algún contacto allí. Sí, un país tan grande, tan significativo en tantos aspectos tanto histórica como contemporáneamente merece una segunda oportunidad. Al fin y al cabo, el diálogo es cosa de dos y creo que ahí yo también he fallado, aunque he puesto de mi parte todo lo que sabía.
Al volver a Polonia me ha soprendido la cantidad de prohibiciones que hay en comparación con la India: en este patio no se puede jugar a la pelota, por este parque no se puede pasar en bici, en todas partes hay guardias y policías con cara de estresados. Admito que, si yo fuera gobernante en la India, introduciría alguna que otra prohibición, como la de tirar la basura al suelo. Pero en general me va esa carencia de prohibiciones. Entre las pocas que hay, destacan las debidas a cuestiones religiosas, como entrar en un templo con zapatos o en un templo jainista con objetos de piel. Por cierto, que me parece abusrdo que en los templos jainistas te dejen entrar si te quitas el cinturón o lo que lleves de cuero. Si ellos defienden la vida por encima de todo, ¿qué más les da que el cinturón me lo quite o me lo deje puesto si el animal del que se sacó la piel ya está muerto? Para mí lo coherente sería prohibir la entrada a cualquiera que use, en general, objetos de piel. Si no, es como decir: perdono al asesino si esconde las pruebas. ¿No os parece?
La reputación que tiene la India como país espiritual está justificada, pero quizá malinterpretada. Desde mi punto de vista condicionado por la herencia judeocristiana, uno no puede considerarse espiritual cuando su principal objetivo es enriquecerse a costa de otros, aunque el mal para estos otros sea relativo. Me cuesta creer que el tipo que se levanta por la mañana ideando nuevos modos de tangar a los turistas dedique equis minutos diarios a la oración. Pero tal vez esa contradicción no lo sea para ellos. En cualquier caso, todo, absolutamente todo está decorado con imágenes de dioses (princialmente Ganesh, el de la cabeza de elefante, que trae suerte) y símbolos de origen más o menos religioso. Sí, la India es la cuna de dos grandes religiones: el hinduismo, mayoritaria en la India pero casi desconocida en el resto del mundo, aunque aun así cuenta suficientes fieles como para colocarse en los primeros lugares; y el budismo, que se expandió por otros lugares dejando su impronta en diferentes aspectos de la vida, pero en la India apenas existe; por no hablar de otras religiones menores como el sikhismo o el jainismo. La segunda religión de la India, practicada por un quince o veinte por ciento de la población, es el islam. En la India se palpa la fe. Recuerdo cuando en Khajuraho nos explicaba Ganesh el significado de la canción que acababa de cantar su sobrino: damos gracias por la vida y no nos fijamos en los bienes materiales, porque ante la muerte todos somos iguales; lo que tenemos que hacer es trabajar duro y vivir píamente para en la próxima encarnación obtener nuestra recompensa, que consistirá en nacer dentro de una casta más elevada.
He aquí una de esas cosas que a la vez me gustan y no me gustan. Admiro su fe, pero es que la misma fe que les ayuda a enfrentarse a su dura realidad les condena a no salir de ella. Recurren a ella como a una tabla de salvación sin darse cuenta de que por ello no aprenderán nunca a nadar. Ya lo he comentado en alguna otra entrada. Cuando un hindú tiene que soportar una vida llena de miserias, lo hará con resignación, pues al fin y al cabo está expiando culpas de otra vida. La recompensa la hallará en la próxima vida. Con una filosofía así las penurias pueden ser más llevaderas, pero por otra parte uno nunca buscará la forma de evitarlas ni se rebelará contra su destino. Mi visión será parcial, pero para mí el hinduismo es una forma de perpetuar el estado de las cosas que precisamente a quien menos favorece es a los pobres, que no son precisamente el grupo social menos nutrido. Y sin embargo el 80% de la población es hindú.
No sé muy bien como es la convivencia de las distintas religiones, pero me da la sensación de que hay bastante tolerancia. He visto a hindúes entrando con todo respeto en templos jainistas o sikhs e incluso en mezquitas. No sé cómo será la relación entre hinduismo e islam, me imagino que habrá más tensiones al tratarse de las dos religiones principales y estando siempre presente la cuestión de Paquistán (supongo que todos lo sabréis, yo me enteré hace poco de que lo que hoy en día es Paquistán hace medio siglo era parte de la India, pero los enfrentamientos religiosos motivaron la separación) y la de Cachemira (dividida entre India y Paquistán y permanente causa de conflicto).
La diversidad de la India es enorme en lo geográfico, étnico, lo religioso y lo lingüístico, cuestiones que están relacionadas. Si bien la lengua predominante (sobre todo en el norte, la zona más poblada) es el hindi, existen dieciocho lenguas reconocidas (muchas de ellas con alfabetos propios) y decenas de dialectos. Es de suponer que esta situación no facilita la comunicación. El inglés sólo sirve de lengua franca en algunos casos. No sé cómo será en el sur, pero en el norte hemos comprobado que no son muchos quienes lo dominan.
En general veo que con el tiempo (y de momento ha pasado muy poco) se van filtrando las experiencias negativas. Muchas de ellas se convierten en anécdotas más o menos divertidas.
Como punto final del viaje quería haberles pedido a mis compañeros que hicieran un resumen de su experiencia contestando a las siguientes preguntas: qué es lo que más te ha gustado, qué es lo que menos y qué crees que has aprendido en este viaje. Las circunstancias que surgieron inesperadamente en los últimos momentos que pasamos allí imposibilitaron esta reflexión final, que me habría parecido sumamente interesante. Dejaré, pues, constancia de la mía.
Lo que más me ha gustado ha sido el vislumbre de humanidad y de vida auténtica que tuvimos en casa de Ganesh. En otro orden de cosas, las impresiones sensoriales, sobre todo visuales, especialmente en los bazares; los templos de Khajuraho; la sonrisa inocente de algunos niños; y, menos inherente al país, el viaje con mi hermana y el resto de nuestros compañeros y el haber conocido fugazmente a otros viajeros majos. Lo que menos, la falta de contacto o de comprensión con los indios en general. En cantidad, lo negativo es menos que lo positivo, pero en peso específico le anda cerca. Me costaría decir si el balance es bueno o malo, aunque, como digo, a medida que pasan los días me voy quedando más con lo positivo.
En cuanto a qué he aprendido, supongo que muchas cosas, aunque algunas sean difíciles de concretar. Es bueno ver que existen otras formas de vida y que de ellas, ya sea por imitación o por rechazo, se pueden aprender cosas. Que aun así no debemos juzgarlas si no somos capaces de ver su coherencia interna, pues no podemos valorar otras realidades desde nuestro punto de vista parcial. Es bueno ver cómo a pesar de la austeridad (cuando no pobreza) en la que viven, son capaces de sonreír.Es bueno relativizar el valor de tu propia cultura, saber cuáles de las cosas que te ofrece te sirven y cuáles son mejorables. Sin sentirme orgulloso (ni mucho menos, pues no es más que un hecho fortuito) de ser europeo y español, veo claramente que no pertenezco a la cultura india y que no podria integrarme allí, en contraste con lo que sentí en Brasil hace siete años.
En lo personal, he explorado los límites de mi paciencia, autocontrol y capacidad de adaptación, con resultados en general bastante satisfactorios (aunque ha habido deslices que lamento). También he experimentado mis habilidades de integración en un grupo, dinámica a la que no estoy acostumbrado, pues siempre me he sentido mejor en agrupamientos pequeños. Me siento especialmente contento de haber superado ciertos miedos, ascos, aprensiones y escrúpulos. Claro que sigo queriendo que las cosas estén limpias e higiénicas, pero sin entrar en puntos histéricos. Siguen sin gustarme los bichos, pero no me producen tanto repelús como antes.
Y bueno, es tarde ya para seguir reflexionando y escribiendo. De momento creo que el blog indio se va a quedar por aquí. Seguiré entrando de vez en cuando para ver si hay comentarios.
Muchas gracias a todos los que habéis seguido nuestras aventuras y a los que habéis comentado mis textos o compartido vuestras reflexiones conmigo y con el resto de los lectores. Al leeros me he sentido más acompañado, comprendido, apoyado. Vuestras palabras han sido enriquecedoras. La experiencia de escribir el blog ha sido absorbente (ya veis que cuando me pongo a escribir me entra la verborrea) y agotadora física y mentalmente (mientras los demás dormían o se relajaban, yo andaba buscando un ordenador en el que verter mis impresiones, previo repaso mental del día), pero ha merecido la pena. Sé que volveré a releer este diario de viaje y me sorprenderé de lo que he escrito. Para el próximo viaje exótico que haga ya os avisaré. No sé dónde será: ¿Cuba? ¿Marruecos? ¿Vietnam? Hay tanto mundo para descubrir...
Por cierto, ayer fui a montar en bici por un bosque que hay en Varsovia y me encantó el paisaje. La luz del sol, preciosa; el cielo, azul de verdad (no como en la India, que es blanco); las nubes, pintorescas; y la perspectiva de largas hileras amarillas de enormes girasoles. Nada que envidiar a otros lugares.
Tenéis mi e-mail, ¿verdad? ;) ¡Abrazos a todos!
miércoles, 5 de septiembre de 2007
¡Fotos actualizadas!
Lo prometido es deuda y más vale tarde que nunca, aunque nunca es tarde si la dicha es buena. El caso es que ya están todas las entradas del viaje ilustradas por sus fotos correspondientes, espero que os gusten. Todo comentario será bienvenido.
He puesto algunas más en mi página de flickr (enlace "Mis fotillos") y seguiré completándola.
Otro día escribiré mi recapitulación sobre el viaje.
Ahora son casi las cinco de la matina y me voy a acostar, que me lo merezco.
He puesto algunas más en mi página de flickr (enlace "Mis fotillos") y seguiré completándola.
Otro día escribiré mi recapitulación sobre el viaje.
Ahora son casi las cinco de la matina y me voy a acostar, que me lo merezco.
lunes, 3 de septiembre de 2007
Actualizando fotos
Madre mía, llevo todo el fin de semana pasando, organizando, seleccionando, borrando, clasificando, modificando, titulando, mandando y subiendo fotos...
De momento he actualizado varias entradas (Pushkar, Udaipur, Ranakpur, Kumbhalgarh, Una noche en el desierto, Bikaner y Jhunjhunu). Sólo me faltan Jodhpur, Jaisalmer y la vuelta a Delhi, aparte de completar alguna que otra cosilla. Pero por lo pronto ya hay suficientes para que les vayáis echando un vistazo si queréis. También he subido varias a mi página de flickr (enlace "Mis fotillos"), algunas de las cuales están repetidas aquí, pero otras no, pues no están directamente relacionadas con las entradas del blog.
Por cierto, Eladio ha dejado un comentario muy interesante en "Más reflexiones sobre la India". Todavía no he podido contestarle, intentaré hacerlo en breve, pero vale la pena leer lo que ha escrito.
Nada más por hoy, mi cama me llama...
De momento he actualizado varias entradas (Pushkar, Udaipur, Ranakpur, Kumbhalgarh, Una noche en el desierto, Bikaner y Jhunjhunu). Sólo me faltan Jodhpur, Jaisalmer y la vuelta a Delhi, aparte de completar alguna que otra cosilla. Pero por lo pronto ya hay suficientes para que les vayáis echando un vistazo si queréis. También he subido varias a mi página de flickr (enlace "Mis fotillos"), algunas de las cuales están repetidas aquí, pero otras no, pues no están directamente relacionadas con las entradas del blog.
Por cierto, Eladio ha dejado un comentario muy interesante en "Más reflexiones sobre la India". Todavía no he podido contestarle, intentaré hacerlo en breve, pero vale la pena leer lo que ha escrito.
Nada más por hoy, mi cama me llama...
viernes, 31 de agosto de 2007
Viaje de vuelta
Es la primera vez que, estando de viaje, tengo ganas de volver a casa. Aunque nadie me espere en el aeropuerto. Me han dicho que en las turoperadoras, donde los guías pasan meses en el extranjero, a veces unos van a esperar a los otros al aeropuerto, aunque no sean amigos, para que no se sientan solos.
¿Dónde se meten las horas que se pierden al cruzar los husos horarios? ¿De dónde salen las que se "ganan"? En un avión suspendido del cielo negro, en el medio de la nada, ¿cómo darse cuenta del momento en que las horas se introducen como cuñas en el tiempo? Pero ¿acaso importa? Allá arriba el tiempo es elástico. Gracias a ello, el viaje se me ha echo corto.
Gracias a ello y a la gente que he conocido. En la puerta de embarque de Delhi conocí a Giuseppe y Esther. Aburrido de esperar, me levanté a comprar con mis últimas rupias un agua que no necesitaba y me senté en otro sitio más tranquilo. Estaba yo mirando las musarañas cuando se me acercó un chico muy amable y me preguntó en inglés si no había perdido el móvil. Me palpé los bolsillos y, efectivamente, no lo tenía. Pero el chico tampoco lo traía, así que fui con él hasta donde estaba antes. Se me había escurrido del bolsillo y descansaba en medio del asiento. Lo custodiaba Esther. Les di las gracias y empezamos a hablar. Él es italiano y ella francesa. Napolitano y parisina. Pero viven en Madrid y entre sí hablan en español. Me cayeron muy bien y la conversación, a pesar de mi agotamiento semicomatoso, fue muy agradable. En el avión pasé de cambiarme de sitio para ir con ellos porque mi intención era dormir, pero en el aeropuerto de Helsinki retomamos la charla (hablamos de nosotros mismos, nuestras ocupaciones, historias y planes, de música, de política y, por supuesto, de la India) hasta que llegó la hora de embarcar en nuestros respectivos vuelos. Espero que volvamos a coincidir.
En la puerta de embarque de Helsinki me extrañó ver a tanta gente pálida, la mayoría absorta en su actividad mental. Nadie hablaba con nadie que no fuera de su familia o grupo. Nadie miraba a nadie con curiosidad ni con simpatía. En todo caso, algunos miraban a ver si los miraban y, al ver que no (es que yo soy muy discreto), se estiraban la camisa, inflaban el pecho, empinaban la barbilla y volvían a intentarlo. Reconocí los rasgos de los polacos. Había una chica sola y un asiento vacío a su lado. Al otro lado de la columna, una fila de tres asientos desocupados. Elegí la segunda opción. No por mí, que venía de la India, sino por la chica. ¿Cómo iba a invadir su espacio habiendo sitios libres a dos pasos?
En el avión me tocó al lado de una chica mayor que parecía polaca y, por la vestimenta, estirada. Ella hundió la nariz en la revista del avión (que, por cierto, traía un reportaje sobre Jodhpur) y yo me dediqué a hojear el libro de Jalil Gibrán que paseé por toda la India sin abrirlo en ningún momento. Luego, cuando despegamos, a pesar de no estar sentado junto a la ventana, estuve un buen rato alucinado contemplando el paisaje finlandés. A medida que nos elevábamos se iba viendo con mayor claridad una costa bien definida y desmigajada en miles de islitas que no querían separarse de ella. La luz metálica del sol rebotaba contra la grasa coagulada del mar inmóvil, apenas arañada por barquitos del tamaño de un alfiler. Más allá, como si en vez del mar contempláramos una ría, se alzaba otro pedazo de costa cubierta por una costra de enormes coliflores esculpidas en hielo. Durante mucho tiempo dudé si se trataba de icebergs caprichosos o de nubes solidificadas.
Se lo pregunté a mi vecina. En polaco, porque estaba seguro de que era polaca. Se llama Dorota. Me dijo que eran nubes. Quizá, pero si me hubiera dicho lo contrario también me lo habría creído. Para ser nubes estaban demasiado pegadas a la tierra y al mar. Empezamos a conversar sobre Finlandia, sobre el clima, sobre su trabajo, gracias al cual viaja constantemente por todo el mundo, sobre viajes, sobre nacionalidades y estereotipos, etc. Dijo unas cuantas cosas sobre árabes e israelíes que me parecieron muy sensatas, sobre todo teniendo en cuenta las ideas que predominan en Polonia al respecto. Yo también le hablé de mi trabajo. Entonces ella me preguntó por qué hablaba español. Al principio me extrañó, pero luego entendí la situación y bromeé: "alguna lengua materna hay que tener". Se dio cuenta enseguida, pero no se lo creía. Yo tampoco. Me había tomado por polaco, lo cual es todo un piropo a mi competencia lingüística, pero sigo pensando que con el ruido del avión no me oía bien. En un momento dado comentó que, con todo lo que viajaba, era la segunda vez en su vida que conversaba con su compañero de asiento. Me hizo gracia, porque justamente estaba pensando que al principio del viaje nada indicaba que fuéramos a pasarnos el viaje hablando. Pero suele ser así: mientras que los indios buscan el contacto a toda costa, por elemental que sea, aunque se reduzca a un intercambio de miradas, de sonrisas o de "hello", parece como si para nosotros una mirada o una sonrisa constituyeran una amenaza o una molestia.
Aterrizamos. Hacía frío y llovía, y yo en camiseta. Pasamos el control de pasaportes. Llegó su equipaje y se despidió de mí al estilo polaco, tendiéndome la mano con el brazo completamente estirado. Luego emergió mi mochila. Salí al vestíbulo de llegadas. Nadie me esperaba. Estaba demasiado cansado para coger el autobús, así que pedí un taxi y me fui a mi casa. A deshacer la mochila, lavar la ropa, ducharme sin chanclas, lavarme los dientes con agua del grifo y actualizar el blog.
Trece horas más tarde me dispongo a acostarme. Por primera vez en mucho tiempo, sin poner el despertador.
Pero antes quiero agradeceros vuestra compañía a lo largo de este viaje. Vuestros comentarios me han ayudado a contrastar mis primeras opiniones y a entender mejor algunas cuestiones. Este blog no termina aquí, porque, aunque el viaje ha finalizado en lo físico, no lo ha hecho en lo mental. Seguiré escribiendo, aunque no sé con qué frecuencia, cuando tenga nuevas reflexiones que compartir. En los próximos días, además, iré subiendo fotos para ilustrar lo que no pude durante el viaje por falta de medios o de tiempo.
Por hoy, nada más. Buenas noches a todos y gracias una vez más.
¿Dónde se meten las horas que se pierden al cruzar los husos horarios? ¿De dónde salen las que se "ganan"? En un avión suspendido del cielo negro, en el medio de la nada, ¿cómo darse cuenta del momento en que las horas se introducen como cuñas en el tiempo? Pero ¿acaso importa? Allá arriba el tiempo es elástico. Gracias a ello, el viaje se me ha echo corto.
Gracias a ello y a la gente que he conocido. En la puerta de embarque de Delhi conocí a Giuseppe y Esther. Aburrido de esperar, me levanté a comprar con mis últimas rupias un agua que no necesitaba y me senté en otro sitio más tranquilo. Estaba yo mirando las musarañas cuando se me acercó un chico muy amable y me preguntó en inglés si no había perdido el móvil. Me palpé los bolsillos y, efectivamente, no lo tenía. Pero el chico tampoco lo traía, así que fui con él hasta donde estaba antes. Se me había escurrido del bolsillo y descansaba en medio del asiento. Lo custodiaba Esther. Les di las gracias y empezamos a hablar. Él es italiano y ella francesa. Napolitano y parisina. Pero viven en Madrid y entre sí hablan en español. Me cayeron muy bien y la conversación, a pesar de mi agotamiento semicomatoso, fue muy agradable. En el avión pasé de cambiarme de sitio para ir con ellos porque mi intención era dormir, pero en el aeropuerto de Helsinki retomamos la charla (hablamos de nosotros mismos, nuestras ocupaciones, historias y planes, de música, de política y, por supuesto, de la India) hasta que llegó la hora de embarcar en nuestros respectivos vuelos. Espero que volvamos a coincidir.
En la puerta de embarque de Helsinki me extrañó ver a tanta gente pálida, la mayoría absorta en su actividad mental. Nadie hablaba con nadie que no fuera de su familia o grupo. Nadie miraba a nadie con curiosidad ni con simpatía. En todo caso, algunos miraban a ver si los miraban y, al ver que no (es que yo soy muy discreto), se estiraban la camisa, inflaban el pecho, empinaban la barbilla y volvían a intentarlo. Reconocí los rasgos de los polacos. Había una chica sola y un asiento vacío a su lado. Al otro lado de la columna, una fila de tres asientos desocupados. Elegí la segunda opción. No por mí, que venía de la India, sino por la chica. ¿Cómo iba a invadir su espacio habiendo sitios libres a dos pasos?
En el avión me tocó al lado de una chica mayor que parecía polaca y, por la vestimenta, estirada. Ella hundió la nariz en la revista del avión (que, por cierto, traía un reportaje sobre Jodhpur) y yo me dediqué a hojear el libro de Jalil Gibrán que paseé por toda la India sin abrirlo en ningún momento. Luego, cuando despegamos, a pesar de no estar sentado junto a la ventana, estuve un buen rato alucinado contemplando el paisaje finlandés. A medida que nos elevábamos se iba viendo con mayor claridad una costa bien definida y desmigajada en miles de islitas que no querían separarse de ella. La luz metálica del sol rebotaba contra la grasa coagulada del mar inmóvil, apenas arañada por barquitos del tamaño de un alfiler. Más allá, como si en vez del mar contempláramos una ría, se alzaba otro pedazo de costa cubierta por una costra de enormes coliflores esculpidas en hielo. Durante mucho tiempo dudé si se trataba de icebergs caprichosos o de nubes solidificadas.
Se lo pregunté a mi vecina. En polaco, porque estaba seguro de que era polaca. Se llama Dorota. Me dijo que eran nubes. Quizá, pero si me hubiera dicho lo contrario también me lo habría creído. Para ser nubes estaban demasiado pegadas a la tierra y al mar. Empezamos a conversar sobre Finlandia, sobre el clima, sobre su trabajo, gracias al cual viaja constantemente por todo el mundo, sobre viajes, sobre nacionalidades y estereotipos, etc. Dijo unas cuantas cosas sobre árabes e israelíes que me parecieron muy sensatas, sobre todo teniendo en cuenta las ideas que predominan en Polonia al respecto. Yo también le hablé de mi trabajo. Entonces ella me preguntó por qué hablaba español. Al principio me extrañó, pero luego entendí la situación y bromeé: "alguna lengua materna hay que tener". Se dio cuenta enseguida, pero no se lo creía. Yo tampoco. Me había tomado por polaco, lo cual es todo un piropo a mi competencia lingüística, pero sigo pensando que con el ruido del avión no me oía bien. En un momento dado comentó que, con todo lo que viajaba, era la segunda vez en su vida que conversaba con su compañero de asiento. Me hizo gracia, porque justamente estaba pensando que al principio del viaje nada indicaba que fuéramos a pasarnos el viaje hablando. Pero suele ser así: mientras que los indios buscan el contacto a toda costa, por elemental que sea, aunque se reduzca a un intercambio de miradas, de sonrisas o de "hello", parece como si para nosotros una mirada o una sonrisa constituyeran una amenaza o una molestia.
Aterrizamos. Hacía frío y llovía, y yo en camiseta. Pasamos el control de pasaportes. Llegó su equipaje y se despidió de mí al estilo polaco, tendiéndome la mano con el brazo completamente estirado. Luego emergió mi mochila. Salí al vestíbulo de llegadas. Nadie me esperaba. Estaba demasiado cansado para coger el autobús, así que pedí un taxi y me fui a mi casa. A deshacer la mochila, lavar la ropa, ducharme sin chanclas, lavarme los dientes con agua del grifo y actualizar el blog.
Trece horas más tarde me dispongo a acostarme. Por primera vez en mucho tiempo, sin poner el despertador.
Pero antes quiero agradeceros vuestra compañía a lo largo de este viaje. Vuestros comentarios me han ayudado a contrastar mis primeras opiniones y a entender mejor algunas cuestiones. Este blog no termina aquí, porque, aunque el viaje ha finalizado en lo físico, no lo ha hecho en lo mental. Seguiré escribiendo, aunque no sé con qué frecuencia, cuando tenga nuevas reflexiones que compartir. En los próximos días, además, iré subiendo fotos para ilustrar lo que no pude durante el viaje por falta de medios o de tiempo.
Por hoy, nada más. Buenas noches a todos y gracias una vez más.
jueves, 30 de agosto de 2007
Últimos momentos en la India
(Escribo el 31, ya desde Varsovia, ¡qué placer volver a mi teclado con eñes y acentos!)
Ayer por la mañana escribí un post titulado "Apoteosis final" bajo la influencia de algo absurdo que ocurrió y que no debió haber ocurrido, un penoso hecho que me enfrentó con uno de los integrantes del grupo con quien más amistad creía tener y que hizo que las horas siguientes perdieran todo sentido. Ahora mismo no sé en qué estado están las cosas, ya que no dependen sólo de mí, pero al menos las veo con un poco más de distancia. Por eso, para no ser injusto, he decidido modificar lo escrito ayer, omitir la narración del incidente y, a cambio, hacer hincapié en lo positivo de estos últimos días, que también ha habido mucho.
El día 29 fuimos por fin a casa de Sonu, que nos presentó a toda su familia. Creo que, después de diez o doce días viajando juntos, Sonu nos ha cogido cariño. Tantas horas horas en el coche haciendo el indio (cantando, imitando animales, repitiendo como loros desdentados palabras absurdas en hindi... cosas que, por cierto, no me parecen demasiado indias) unen. Nos vino a buscar vestido con vaqueros y camisa de cuadros recién lavadita y bien remetida, delineando la curva de la felicidad. Su indumentaria y su actitud desenvuelta dejaban claro que hoy no estaba a nuestro servicio, sino que nos trataba de igual a igual (cosa que si no hizo antes no fue por nosotros, sino porque su mentalidad india se lo impide). Incluso se permitió fumar en nuestra presencia, algo que antes nunca había hecho. Nos montamos en el jeep. Conducía el Silencioso Hombre de la Eterna Sonrisa y el Nombre Larguísimo e Inaprendible, que resultó ser un empleado de Sonu. No sabíamos que fuera jefe de nadie. Atravesamos buena parte de Delhi y nos metimos en un barrio más o menos periférico. Al lado del lugar donde aparcamos corría una cloaca abierta en forma de acequia. Aquello apestaba de forma vomitiva. Me quedó confirmado lo que ya sabía: que en el hedor reinante en Varanasi había una alta proporción de emanaciones fecales y putrefactas. Sin embargo, y como contraste, las calles de la zona estaban relativamente limpias.
En casa de Sonu la escena fue un tanto surrealista. Nada más entrar está el salón, con un par de sofás, una mesa, una estantería, la tele y un ordenador. Parece que la familia de Sonu es de clase media, por llamarlo de algún modo. Luego nos enteramos de que el padre comercia con piedras preciosas en Bombay. Nos presentaron a toda la familia: el hermano de Sonu, la hermana pequeña, la madre, la tía, los sobrinos, un pilón de gente. Todos metidos en el salón, junto con el Silencioso. No nos enseñaron el resto de la casa, como habría ocurrido en España. Quizá por no habernos quitado los zapatos al entrar. Preguntamos si era necesario, pero nos dijeron que no. Nos hicieron sentarnos, mientras ellos se quedaban de pie, casi todos apelotonados bajo el dintel de la puerta que daba al pasillo. Nadie hablaba inglés, así que nadie decía nada. Nos trajeron sendos vasos de agua que, por supuesto, ni tocamos. La interacción era más o menos la siguiente: la madre, que estoy seguro de que es una señora muy amable, nos ofrecía algo, Sonu nos lo intentaba traducir, nosotros nos consultábamos para decidir si era algo seguro para nuestro sistema digestivo o no y, según la conclusión y las ganas de cada uno, aceptábamos o no. Entonces Sonu mandaba a la madre, que a su vez mandaba a su hermana, que a su vez mandaba a la niña que fuera a la cocina. Nos traían lo prometido y, con más o menos confianza, nos lo tomábamos. A mí me habría gustado tomarme el chai que nos ofrecieron, pero como todavía andaba frágil del estómago preferí un té negro, como todos los demás. Luego nos trajeron unas bolitas con bastante buena pinta, pero todavía no me sentía con fuerzas para probarlas. Según los demás, eran horriblemente empalagosas, azúcar puro apelmazado. Al cabo de un rato (previa sesión de fotos de rigor) nos despedimos, con muchos gestos y palabras de agradecimiento ("dhanyevad, dhanyevad", "shukriya", "bahut achha!", "namashkar") para compensar lo cortados que estábamos por no poder participar en la hospitalidad que nos brindaban.
En vez del jeep de la empresa, Sonu nos llevó en su coche personal, un monovolumen de ocho plazas con DVD en el techo. Nos puso vídeos musicales de hip-hop popero indio para fardar. Estaba orgullosísimo de su buga y de poder enseñárnoslo. Y de demostrarnos que es el rey del mambo. Sigo pensando que no es más que un niño grande, pero, aunque no es el tipo de persona que buscaría como amigo, en el fondo es buen tío.
Nos llevó a ver la tienda de un famliar suyo. Pensábamos que era de pulseras, colgantes, etcétera, pero resultó ser de telas. Así de bien nos entendemos en inglés con él. Fue nuestra perdición, porque las chicas rápidamente encontraron algo por lo que regatear. Yo, que no sabía que iban a tardar tanto, esperaba fuera haciendo fotos. Al rato salieron Javi y Laurita, también agobiados. Nos fuimos a dar un voltio y a tomarnos una pepsi. Hacía sol, calor y humedad. Volvimos a la tienda, las chicas salieron contentas: les acababan de tomar las medidas para unos trajes típicos del Punjab que les entregarían por la tarde. Estábamos esperando a que llegara el Silencioso con el coche cuando Javi se desmayó y tuvimos que reanimarlo.
Por la gracia de Sonu de enseñarnos su cochecito tuvimos que volver a atravesar media Delhi para dejarlo en su casa y coger el jeep. Nos despedimos de Sonu y quedamos a cargo del Silencioso, que nos fue llevando adonde le pedimos. Para empezar, a ver el templo de Bahá'í. Bahá'í es una religión nacida en el siglo XIX, basada en la unidad de Dios y sus profetas y la de la raza humana. Como me pasó con los sikhs, lo que propone me parece bonito, pero no entiendo qué necesidad hay de una religión para pensar como ya pienso. Quiero decir, lo de los profetas personalmente me da bastante igual, pero que hay que respetar todas las creencias porque tienen una base común derivada de la condición humana me parece obvio. Por otra parte, quizá sea una estupidez por mi parte, pero esas propuestas tan perfectas y tan utópicas normalmente me huelen a secta.
El templo es enorme y tiene forma de flor de loto. Nos hicimos unas cuantas fotillos y entramos un rato. Por supuesto, sin zapatos. Dentro no estaba permitido hablar. Era como una gran cúpula con ventanales a ras de suelo en forma de triángulo con los ángulos redondeados. Entraba una luz suave. Había poca gente y muchos bancos colocados en semicírculo orientados a una tarima con micrófonos y sin altar. La atmósfera invitaba a la contemplación y nos sentamos un rato. Hubo quien cerró los ojos y estuvo un rato meditando y quien se hartó al poco y prefirió salir. Yo cerré los ojos como suelo hacer siempre que entro en un templo que me resulta agradable, sea iglesia, sinagoga o como se llame. Se oía un silencio aderezado por el tintineo de las tobilleras y las joyas de las mujeres indias que desfilaban descalzas entre los bancos. Era el único sonido que producían al desplazarse, como si levitaran, así que el tintineo era impersonal, venía de todas partes a la vez. El gorjeo de un par de críos se elevaba hasta la cúpula y se expandía en un suave eco. Se respiraba una paz que me habría quedado disfrutando más rato si no fuera porque gran parte del grupo ya había salido. Sólo quedaba mi hermana sentada en posición de yogui un par de bancos más atrás.
No muy lejos del loto se veía la silueta extraña de un templo que me habría gustado ver, pero la indecisión del grupo y la incomunicación con el Silencioso nos hizo pasar de largo y dirigirnos a otro tipo de templo que llevábamos tiempo queriendo ver: un centro comercial. En toda la India no vimos ni un supermercado como los de Europa, pero centros comerciales sí que hay. Aquel era tan normal que me llamó la atención. Dentro había franquicias de comida rápida, tiendas de ropa (incluyendo Lacoste, Puma, etc.), de cedés... y ya no vi más. Entré y me compré unos cuantos discos de música moderna india mientras los demás buscaban no sé si ropa o qué. Luego me zampé, por fin, un bocata de pechuga de pavo. Qué bueno es comer por fin algo sustancioso. Antes de irnos entramos en una tienda de telas para comprar un regalo. De paso nos explicaron lo que es la pashmina: la lana del gaznate de un tipo de cabra autóctono de Cachemira, con la que se hacen fulares que tienen la peculiaridad de poder pasar por un anillo. Nunca he intentado hacer pasar un fular normal por un anillo, así que a lo mejor dicha capacidad es realmente extraordinaria. Lo que no entiendo es para qué puede querer alguien hacer pasar su fular por un anillo. La verdad es que la pashmina es suavecita y agradable al tacto. Un fular hecho de esa lana costaba 5600 rupias (unos 110 euros), uno de seda 900 rupias (unos 18 euros) y uno de viscosa 300 (unos 6 euros). Supongo que el precio de la pashmina se debe ante todo a su escasez. Ahora, tampoco entiendo bien cuál es la necesidad de utilizar prendas hechas con un material escaso cuando las hechas con un material abundante cuestan quince o veinte veces menos.
Luego fuimos al hotel porque Sonu tenía que traerles a las chicas sus punjabis a medida. Pensamos que la operación no duraría mucho y quedamos con el Silencioso abajo a las siete y media. Pero resulta que el "a medida" era bastante relativo y entre sorpresas, protestas y apaños se nos hicieron más de las ocho. Entretanto había llegado Jimmy (así se hacía llamar), un indio cuyo teléfono me pasó Àngels, que había sido su profe. Le propuse quedar y él, que acababa de llegar de un viaje de diez días por el Rajasthán guiando a turistas españoles, sin ni siquiera pasar por su casa para dejar la maleta, se plantó en nuestro hotel. Lo vi abierto y acostumbrado a tratar con españoles, así que le comenté la opinión que nos habíamos formado sobre los indios. No le extrañó, pero se comprometió a cambiarla. Como la gente quería comprar los últimos regalos (a mi modo de ver, algunos se han pasado más tiempo en la India comprando regalos que disfrutándola, aunque lo primero pueda ser una forma de lo segundo), Jimmy nos propuso llevarnos a un mercado donde no nos timarían.
Por fin conseguimos salir del hotel, le pedí perdón al Silencioso por la tardanza, pero no hizo más que sonreír. Fuimos al mercado ese, pero se había hecho tarde y ya estaban cerrando casi todos los puestos. Aun así algunas encontraron bisutería interesante. Ya estábamos eligiendo un lugar para cenar cuando, de la manera más incomprensible, los astros debieron de conjurarse para que X y yo nos peleáramos. Fue un episodio tan lamentable (y, además, tan personal) que prefiero no dejar constancia de él aquí. Baste decir que lo ocurrido me dolió enormemente y nos amargó a todos la noche.
Para no fastidiar más la cosa, decidimos seguir con el plan de ir a cenar todos juntos. Jimmy nos llevó a un lugar que estaba bastante bien. Después de la cena estuvimos un rato bailoteando, aunque nadie estaba de humor como para desfasar mucho. Bueno, excepto Jimmy, a quien parecía habérsele subido el té a la cabeza. No sé si se puede generalizar a partir del ejemplo que observamos, pero yo nunca había visto semejantes espasmos y semejante carencia de sentido del ritmo, lo cual en absoluto fue óbice para que Jimmy se lo pasara bien.
A las doce nos echaron. Jimmy propuso ir a un parque que había cerca. Era nuestra última noche en la India y, a pesar de lo sucedido, nos daba pena retirarnos tan pronto, así que aceptamos. Al llegar estaba cerrado. Jimmy habló con el guardia, que según él estaba borracho, y éste dijo que por el módico precio de cien rupias nos dejaba pasar. Nos negamos. Jimmy insistía y se ofrecía a pagar él las cien rupias. No entendía que para nosotros no era una cuestión de dinero, sino de concepto. Que no pagamos porque por esas cosas "no se paga". No le cabía en la cabeza. Nos sentamos en el bordillo, mientras por las piernas nos trepaban hormiguitas minúsculas. Al cabo de un rato, visto que la conversación no cuajaba, decidimos irnos a dormir.
Empezó la fase más surrealista de la noche, la negociación de las rikshas. Jimmy paró una y, en vez de tratar del precio, que sería lo que habríamos hecho nosotros, agarró al timonel de un brazo y le hizo bajarse. Luego le obligó a que le echara el aliento para ver si había bebido, problema que por lo visto es muy frecuente por las noches. A continuación le mandó caminar en línea recta y, para terminar, le enseñó un dedo y le pidió que le dijera cuántos había, a lo que el timonel contestó "ek". Respuesta correcta. Yo pensé que si el tipo se había tomado un tripi a lo mejor lo que veía era un elefante. Creíamos que ya había acabado el circo, pero no. Todavía le pidió el móvil. No el número, sino el móvil. Como prenda o algo así. Se lo dio a Javi y le dijo: no se lo devuelvas hasta llegar al hotel, si te lo pide antes le das un par de leches. Surrealista.
Intentó repetir la jugada también con nuestro timonel, que no se lo tomó nada bien. A la tercera prueba se negó a seguir. Y cuando Jimmy le cogió el móvil, se lo arrancó de la mano cabreado, miró a mi hermana, le dijo "no problem, ma'am" y nos mandó subir. El hecho de que dejara de tratar con hombres y se dirigiera a una mujer lo interpreto como señal manifiesta de que consideraba a Jimmy absolutamente desquiciado. Y no creo que se equivocara mucho. Al llegar al hotel nos encontramos con que nos pedían setenta rupias, es decir, veinte más que el día anterior, cuando nos lo habíamos negociado solitos, sin indios protectores ni protectores indios de por medio.
El día siguiente era nuestro último día en India y quisimos empezarlo igual que el primero, o sea, yendo a Main Bazaar para contrastar la impresión de la llegada con la de tres semanas después. Mientras los demás se preparaban, yo me cogí mi primera cicloriksha (las que, en vez de ser motos con carrocería en forma de cabina, son calesas tiradas por bicicletas prehistóricas y desprovistas de cambios). No lo había hecho antes porque me daban pena los tíos que las accionan, pero en ese momento lo que menos me apetecía era regatear con los otros timadores. Éstos, al cobrar menos, también pretenderían tangarte menos. Además, hacía un día estupendo para que te diera el sol y el aire en vez de ir metido en una lata con motor pedorreante. Fui a ver Hanuman Mandir, el templo de Hanuman, el dios mono: una gigantesca estatua de cincuenta metros de altura en forma de humano con cara de mono, plantada en una esquina de un gran cruce; una de las mayores horteradas que he visto en la India, pero me encanta. Hice un par de fotos, pero no entré porque no sabía cuánto se tardaría en cicloriksha hasta Main Bazaar.
Lo de volver a ver Main Bazaar fue una gran idea. Efectivamente, nuestra perspectiva ha cambiado a lo largo de estas tres semanas y media. Lo que la primera vez nos pareció caos y suciedad ahora era lo más normal del mundo. Una calleja de asfalto placebo con tiendas a ambos lados y el habitual río de vehículos y bóvidos. O sea, lo más normal del mundo. Sólo destaca la altísima concentración de letreros de "hoteles" (o sea, pensioncillas y hostaluchos) y, consecuentemente, de guiris blanquecinos en indecentes camisetas sin mangas. Main Bazaar suele ser lugar de llegada, así que a la gente todavía no le ha dado tiempo a coger color. Muchos tienen cara de jipis fumados buscando una playa que no hay. Sí, me gustó volver a Main Bazaar. Mientras esperaba a mi hermana, me senté en el bordillo enfrente del Anoop, el "hotel" donde dormimos la primera noche, a escribir postales. A buenas horas. Llevaba más de dos semanas paseando postales en la mochila. En estas estaba cuando me cagó una paloma. Igual que el primer día al salir del Anoop. Menos mal que esta vez acertó en una postal.
Luego fui a buscar la oficina de Correos. Era un lugar exactamente igual de cutre que la escuela que vimos en Jodhpur. Sin ninguna señal ni letrero que la identificara (a menos que hubiera algo en hindi). Entre dos tiendas de especias, una escalera estrecha y ennegrecida. Subes, subes, giras, giras, te metes por una puerta, lo primero que ves es el baño abierto: los azulejos negrejos de tanto churrete de no quiero saber qué, los urinarios igual de negros y amarillentos, y montones de moscas revoloteando. Haces caso omiso, giras a la izquierda y vas a dar a una especie de balcón donde hay un banco con tres indios sentados como si estuvieran en un parque. Te asomas al balcón, ves un montón de puestos de fruta. Te das media vuelta y enfrente tienes cuatro ventanillas enrejadas. En la que queda libre, una vieja que hablaba bien inglés me vende los sellos y me recomienda que, en vez de echar las postales al buzón, se las dé en la mano. Supongo que, si no, se perderían, porque hay quienes se dedican a arrancar los sellos para revenderlos. O tal vez sea justamente así como se pierdan. Por si acaso, en vez del lengüetazo tradicional recurro a la cola que tienen allí mismo, aferrada al fondo de un pegajoso bote de plástico cortado a la mitad.
Había quedado con Estrella y Guillermo (los de Sikiliki), a quienes conocí en el minarete de Jaipur, cuyo hotel estaba precisamente en Main Bazaar. Me esperaban en la terraza, una extensa azotea pintada de azul y cubierta por un necesario toldo del que colgaban necesarios ventiladores, desde la cual había una interesante vista de la zona de Pahar Ganj. Al poco llegó mi hermana. Estuvimos conversando un par de horas con el apoyo de agua verdaderamente mineral (no como la filtrada que te suelen vender). Yo tenía pensado ir a ver el Fuerte Rojo, pero estaba tan a gusto que pasé. Era la primera vez en todo el viaje que me sentaba "a tomar un café", y lo estaba disfrutando. Estrella y Guillermo me estaban cayendo muy bien. Acabamos pasando la mitad del día juntos. Fuimos a comer dando un paseo hasta Connaught Place y por la tarde nos acercamos hasta Birla Mandir, el templo de Lakshmi Narayan por delante del cual habíamos pasado un par de veces en coche y nunca habíamos querido bajar porque sus torres de color granate combinado con salmón no parecían ofrecer nada especial. Pero esta vez habíamos decidido ir porque según Jimmy a las cinco se celebraba la ceremonia hindú de la puesta de sol.
Allí no se celebraba nada, pero el templo era mucho más impresionante de lo que parecía por fuera, lástima que no se pudiera hacer fotos. No lo entendí muy bien, creo que era una mezcla entre templo hindú y budista. Al fin y al cabo para los hindúes Buda es una de las encarnaciones de Vishnú, o algo así. Dimos una vuelta por el interior, que era bastante agradable, aunque en realidad prestábamos más atención a la conversación sobre religiones que a lo que nos rodeaba.
Para finalizar el día (y con él nuestra estancia en la India) les propuse enseñarles mi horterada favorita, el mono rojo gigantesco. Llegar a pie nos llevó un rato, por dos razones: una, porque quedaba lejos; otra, porque al pasar por un gran cruce se había roto una cañería y parte de la calzada estaba inundada. Pura India. Por fin llegamos. Esta vez decidimos entrar. Dejamos nuestros zapatos a merced de la compasión divina y, franqueando una puerta con forma de colmilluda boca de mono abierta (la lengua era la rampa de entrada), nos encontramos en un templo que, más que de orar, daba ganas de jugar. Aquello era como el Tren de la Bruja de las ferias españolas. Había un montón de estatuas terribles: un tigre, un cocodrilo de fauces abiertas, una cobra, Kali (la diosa de la muerte, representada por una mujer de color negro como la tinta con un collar de calaveras), una mujer decapitada y con el cuello sangrado, pero en pie como si estuviera bailando, y otra con la espada manchada en una mano y, sujeta por el pelo, la cabeza de su compañera en la otra... Sí, aterradoras estatuas de cartón piedra pintado con pintura acrílica brillante: formas sencillas, colores planos. Había diferentes recintos interconectados por pasillos y escaleras, daba la sensación de que al doblar una esquina iba a aparecer un tipo con una careta diciendo: ¡uh! Me encantó. Y si hubiera habido espejos deformantes habría sido todavía mejor.
Un brahmán que había por allí nos vio sacando fotos, nos cogió de la mano (a Estrella y a mí, que éramos los que en ese momento estábamos dentro) y nos hizo bajar al piso de abajo. Nos dio asco, porque el suelo estaba empapado de agua de procedencia desconocida. Nos ató varias vueltas de un cordón rojo a la muñeca, nos puso una gota de pasta roja en el medio de la frente, nos virtió en las manos una cucharada de agua bendita que simulamos bebernos y luego nos dio un puñado de caramelitos anisados blancos, que nos guardamos "para después". Luego señaló una bandejita donde tenía las ofrendas. A pesar de sentirme obligado, me lo estaba pasando tan bien en aquel parque temático que le dejé diez rupias.
Salimos del templo y nos despedimos de Estrella y Guillermo, previa foto de rigor (nótese lo sudados que estamos). Isa y yo cogimos una ciclorriksha para volver al hotel. Terminamos de hacer el equipaje, en todos los casos más abultado que a la ida. Hubo quien tuvo que comprarse maletas extra para meterlo todo. Vino Sonu a buscarnos. En el jeep me pareció que todos iban contentos. Yo también. Es la primera vez en mi vida que, estando de viaje, deseo que se acabe. Es que la India agota.
Ayer por la mañana escribí un post titulado "Apoteosis final" bajo la influencia de algo absurdo que ocurrió y que no debió haber ocurrido, un penoso hecho que me enfrentó con uno de los integrantes del grupo con quien más amistad creía tener y que hizo que las horas siguientes perdieran todo sentido. Ahora mismo no sé en qué estado están las cosas, ya que no dependen sólo de mí, pero al menos las veo con un poco más de distancia. Por eso, para no ser injusto, he decidido modificar lo escrito ayer, omitir la narración del incidente y, a cambio, hacer hincapié en lo positivo de estos últimos días, que también ha habido mucho.
El día 29 fuimos por fin a casa de Sonu, que nos presentó a toda su familia. Creo que, después de diez o doce días viajando juntos, Sonu nos ha cogido cariño. Tantas horas horas en el coche haciendo el indio (cantando, imitando animales, repitiendo como loros desdentados palabras absurdas en hindi... cosas que, por cierto, no me parecen demasiado indias) unen. Nos vino a buscar vestido con vaqueros y camisa de cuadros recién lavadita y bien remetida, delineando la curva de la felicidad. Su indumentaria y su actitud desenvuelta dejaban claro que hoy no estaba a nuestro servicio, sino que nos trataba de igual a igual (cosa que si no hizo antes no fue por nosotros, sino porque su mentalidad india se lo impide). Incluso se permitió fumar en nuestra presencia, algo que antes nunca había hecho. Nos montamos en el jeep. Conducía el Silencioso Hombre de la Eterna Sonrisa y el Nombre Larguísimo e Inaprendible, que resultó ser un empleado de Sonu. No sabíamos que fuera jefe de nadie. Atravesamos buena parte de Delhi y nos metimos en un barrio más o menos periférico. Al lado del lugar donde aparcamos corría una cloaca abierta en forma de acequia. Aquello apestaba de forma vomitiva. Me quedó confirmado lo que ya sabía: que en el hedor reinante en Varanasi había una alta proporción de emanaciones fecales y putrefactas. Sin embargo, y como contraste, las calles de la zona estaban relativamente limpias.
En casa de Sonu la escena fue un tanto surrealista. Nada más entrar está el salón, con un par de sofás, una mesa, una estantería, la tele y un ordenador. Parece que la familia de Sonu es de clase media, por llamarlo de algún modo. Luego nos enteramos de que el padre comercia con piedras preciosas en Bombay. Nos presentaron a toda la familia: el hermano de Sonu, la hermana pequeña, la madre, la tía, los sobrinos, un pilón de gente. Todos metidos en el salón, junto con el Silencioso. No nos enseñaron el resto de la casa, como habría ocurrido en España. Quizá por no habernos quitado los zapatos al entrar. Preguntamos si era necesario, pero nos dijeron que no. Nos hicieron sentarnos, mientras ellos se quedaban de pie, casi todos apelotonados bajo el dintel de la puerta que daba al pasillo. Nadie hablaba inglés, así que nadie decía nada. Nos trajeron sendos vasos de agua que, por supuesto, ni tocamos. La interacción era más o menos la siguiente: la madre, que estoy seguro de que es una señora muy amable, nos ofrecía algo, Sonu nos lo intentaba traducir, nosotros nos consultábamos para decidir si era algo seguro para nuestro sistema digestivo o no y, según la conclusión y las ganas de cada uno, aceptábamos o no. Entonces Sonu mandaba a la madre, que a su vez mandaba a su hermana, que a su vez mandaba a la niña que fuera a la cocina. Nos traían lo prometido y, con más o menos confianza, nos lo tomábamos. A mí me habría gustado tomarme el chai que nos ofrecieron, pero como todavía andaba frágil del estómago preferí un té negro, como todos los demás. Luego nos trajeron unas bolitas con bastante buena pinta, pero todavía no me sentía con fuerzas para probarlas. Según los demás, eran horriblemente empalagosas, azúcar puro apelmazado. Al cabo de un rato (previa sesión de fotos de rigor) nos despedimos, con muchos gestos y palabras de agradecimiento ("dhanyevad, dhanyevad", "shukriya", "bahut achha!", "namashkar") para compensar lo cortados que estábamos por no poder participar en la hospitalidad que nos brindaban.
En vez del jeep de la empresa, Sonu nos llevó en su coche personal, un monovolumen de ocho plazas con DVD en el techo. Nos puso vídeos musicales de hip-hop popero indio para fardar. Estaba orgullosísimo de su buga y de poder enseñárnoslo. Y de demostrarnos que es el rey del mambo. Sigo pensando que no es más que un niño grande, pero, aunque no es el tipo de persona que buscaría como amigo, en el fondo es buen tío.
Nos llevó a ver la tienda de un famliar suyo. Pensábamos que era de pulseras, colgantes, etcétera, pero resultó ser de telas. Así de bien nos entendemos en inglés con él. Fue nuestra perdición, porque las chicas rápidamente encontraron algo por lo que regatear. Yo, que no sabía que iban a tardar tanto, esperaba fuera haciendo fotos. Al rato salieron Javi y Laurita, también agobiados. Nos fuimos a dar un voltio y a tomarnos una pepsi. Hacía sol, calor y humedad. Volvimos a la tienda, las chicas salieron contentas: les acababan de tomar las medidas para unos trajes típicos del Punjab que les entregarían por la tarde. Estábamos esperando a que llegara el Silencioso con el coche cuando Javi se desmayó y tuvimos que reanimarlo.
Por la gracia de Sonu de enseñarnos su cochecito tuvimos que volver a atravesar media Delhi para dejarlo en su casa y coger el jeep. Nos despedimos de Sonu y quedamos a cargo del Silencioso, que nos fue llevando adonde le pedimos. Para empezar, a ver el templo de Bahá'í. Bahá'í es una religión nacida en el siglo XIX, basada en la unidad de Dios y sus profetas y la de la raza humana. Como me pasó con los sikhs, lo que propone me parece bonito, pero no entiendo qué necesidad hay de una religión para pensar como ya pienso. Quiero decir, lo de los profetas personalmente me da bastante igual, pero que hay que respetar todas las creencias porque tienen una base común derivada de la condición humana me parece obvio. Por otra parte, quizá sea una estupidez por mi parte, pero esas propuestas tan perfectas y tan utópicas normalmente me huelen a secta.
El templo es enorme y tiene forma de flor de loto. Nos hicimos unas cuantas fotillos y entramos un rato. Por supuesto, sin zapatos. Dentro no estaba permitido hablar. Era como una gran cúpula con ventanales a ras de suelo en forma de triángulo con los ángulos redondeados. Entraba una luz suave. Había poca gente y muchos bancos colocados en semicírculo orientados a una tarima con micrófonos y sin altar. La atmósfera invitaba a la contemplación y nos sentamos un rato. Hubo quien cerró los ojos y estuvo un rato meditando y quien se hartó al poco y prefirió salir. Yo cerré los ojos como suelo hacer siempre que entro en un templo que me resulta agradable, sea iglesia, sinagoga o como se llame. Se oía un silencio aderezado por el tintineo de las tobilleras y las joyas de las mujeres indias que desfilaban descalzas entre los bancos. Era el único sonido que producían al desplazarse, como si levitaran, así que el tintineo era impersonal, venía de todas partes a la vez. El gorjeo de un par de críos se elevaba hasta la cúpula y se expandía en un suave eco. Se respiraba una paz que me habría quedado disfrutando más rato si no fuera porque gran parte del grupo ya había salido. Sólo quedaba mi hermana sentada en posición de yogui un par de bancos más atrás.
No muy lejos del loto se veía la silueta extraña de un templo que me habría gustado ver, pero la indecisión del grupo y la incomunicación con el Silencioso nos hizo pasar de largo y dirigirnos a otro tipo de templo que llevábamos tiempo queriendo ver: un centro comercial. En toda la India no vimos ni un supermercado como los de Europa, pero centros comerciales sí que hay. Aquel era tan normal que me llamó la atención. Dentro había franquicias de comida rápida, tiendas de ropa (incluyendo Lacoste, Puma, etc.), de cedés... y ya no vi más. Entré y me compré unos cuantos discos de música moderna india mientras los demás buscaban no sé si ropa o qué. Luego me zampé, por fin, un bocata de pechuga de pavo. Qué bueno es comer por fin algo sustancioso. Antes de irnos entramos en una tienda de telas para comprar un regalo. De paso nos explicaron lo que es la pashmina: la lana del gaznate de un tipo de cabra autóctono de Cachemira, con la que se hacen fulares que tienen la peculiaridad de poder pasar por un anillo. Nunca he intentado hacer pasar un fular normal por un anillo, así que a lo mejor dicha capacidad es realmente extraordinaria. Lo que no entiendo es para qué puede querer alguien hacer pasar su fular por un anillo. La verdad es que la pashmina es suavecita y agradable al tacto. Un fular hecho de esa lana costaba 5600 rupias (unos 110 euros), uno de seda 900 rupias (unos 18 euros) y uno de viscosa 300 (unos 6 euros). Supongo que el precio de la pashmina se debe ante todo a su escasez. Ahora, tampoco entiendo bien cuál es la necesidad de utilizar prendas hechas con un material escaso cuando las hechas con un material abundante cuestan quince o veinte veces menos.
Luego fuimos al hotel porque Sonu tenía que traerles a las chicas sus punjabis a medida. Pensamos que la operación no duraría mucho y quedamos con el Silencioso abajo a las siete y media. Pero resulta que el "a medida" era bastante relativo y entre sorpresas, protestas y apaños se nos hicieron más de las ocho. Entretanto había llegado Jimmy (así se hacía llamar), un indio cuyo teléfono me pasó Àngels, que había sido su profe. Le propuse quedar y él, que acababa de llegar de un viaje de diez días por el Rajasthán guiando a turistas españoles, sin ni siquiera pasar por su casa para dejar la maleta, se plantó en nuestro hotel. Lo vi abierto y acostumbrado a tratar con españoles, así que le comenté la opinión que nos habíamos formado sobre los indios. No le extrañó, pero se comprometió a cambiarla. Como la gente quería comprar los últimos regalos (a mi modo de ver, algunos se han pasado más tiempo en la India comprando regalos que disfrutándola, aunque lo primero pueda ser una forma de lo segundo), Jimmy nos propuso llevarnos a un mercado donde no nos timarían.
Por fin conseguimos salir del hotel, le pedí perdón al Silencioso por la tardanza, pero no hizo más que sonreír. Fuimos al mercado ese, pero se había hecho tarde y ya estaban cerrando casi todos los puestos. Aun así algunas encontraron bisutería interesante. Ya estábamos eligiendo un lugar para cenar cuando, de la manera más incomprensible, los astros debieron de conjurarse para que X y yo nos peleáramos. Fue un episodio tan lamentable (y, además, tan personal) que prefiero no dejar constancia de él aquí. Baste decir que lo ocurrido me dolió enormemente y nos amargó a todos la noche.
Para no fastidiar más la cosa, decidimos seguir con el plan de ir a cenar todos juntos. Jimmy nos llevó a un lugar que estaba bastante bien. Después de la cena estuvimos un rato bailoteando, aunque nadie estaba de humor como para desfasar mucho. Bueno, excepto Jimmy, a quien parecía habérsele subido el té a la cabeza. No sé si se puede generalizar a partir del ejemplo que observamos, pero yo nunca había visto semejantes espasmos y semejante carencia de sentido del ritmo, lo cual en absoluto fue óbice para que Jimmy se lo pasara bien.
A las doce nos echaron. Jimmy propuso ir a un parque que había cerca. Era nuestra última noche en la India y, a pesar de lo sucedido, nos daba pena retirarnos tan pronto, así que aceptamos. Al llegar estaba cerrado. Jimmy habló con el guardia, que según él estaba borracho, y éste dijo que por el módico precio de cien rupias nos dejaba pasar. Nos negamos. Jimmy insistía y se ofrecía a pagar él las cien rupias. No entendía que para nosotros no era una cuestión de dinero, sino de concepto. Que no pagamos porque por esas cosas "no se paga". No le cabía en la cabeza. Nos sentamos en el bordillo, mientras por las piernas nos trepaban hormiguitas minúsculas. Al cabo de un rato, visto que la conversación no cuajaba, decidimos irnos a dormir.
Empezó la fase más surrealista de la noche, la negociación de las rikshas. Jimmy paró una y, en vez de tratar del precio, que sería lo que habríamos hecho nosotros, agarró al timonel de un brazo y le hizo bajarse. Luego le obligó a que le echara el aliento para ver si había bebido, problema que por lo visto es muy frecuente por las noches. A continuación le mandó caminar en línea recta y, para terminar, le enseñó un dedo y le pidió que le dijera cuántos había, a lo que el timonel contestó "ek". Respuesta correcta. Yo pensé que si el tipo se había tomado un tripi a lo mejor lo que veía era un elefante. Creíamos que ya había acabado el circo, pero no. Todavía le pidió el móvil. No el número, sino el móvil. Como prenda o algo así. Se lo dio a Javi y le dijo: no se lo devuelvas hasta llegar al hotel, si te lo pide antes le das un par de leches. Surrealista.
Intentó repetir la jugada también con nuestro timonel, que no se lo tomó nada bien. A la tercera prueba se negó a seguir. Y cuando Jimmy le cogió el móvil, se lo arrancó de la mano cabreado, miró a mi hermana, le dijo "no problem, ma'am" y nos mandó subir. El hecho de que dejara de tratar con hombres y se dirigiera a una mujer lo interpreto como señal manifiesta de que consideraba a Jimmy absolutamente desquiciado. Y no creo que se equivocara mucho. Al llegar al hotel nos encontramos con que nos pedían setenta rupias, es decir, veinte más que el día anterior, cuando nos lo habíamos negociado solitos, sin indios protectores ni protectores indios de por medio.
El día siguiente era nuestro último día en India y quisimos empezarlo igual que el primero, o sea, yendo a Main Bazaar para contrastar la impresión de la llegada con la de tres semanas después. Mientras los demás se preparaban, yo me cogí mi primera cicloriksha (las que, en vez de ser motos con carrocería en forma de cabina, son calesas tiradas por bicicletas prehistóricas y desprovistas de cambios). No lo había hecho antes porque me daban pena los tíos que las accionan, pero en ese momento lo que menos me apetecía era regatear con los otros timadores. Éstos, al cobrar menos, también pretenderían tangarte menos. Además, hacía un día estupendo para que te diera el sol y el aire en vez de ir metido en una lata con motor pedorreante. Fui a ver Hanuman Mandir, el templo de Hanuman, el dios mono: una gigantesca estatua de cincuenta metros de altura en forma de humano con cara de mono, plantada en una esquina de un gran cruce; una de las mayores horteradas que he visto en la India, pero me encanta. Hice un par de fotos, pero no entré porque no sabía cuánto se tardaría en cicloriksha hasta Main Bazaar.
Lo de volver a ver Main Bazaar fue una gran idea. Efectivamente, nuestra perspectiva ha cambiado a lo largo de estas tres semanas y media. Lo que la primera vez nos pareció caos y suciedad ahora era lo más normal del mundo. Una calleja de asfalto placebo con tiendas a ambos lados y el habitual río de vehículos y bóvidos. O sea, lo más normal del mundo. Sólo destaca la altísima concentración de letreros de "hoteles" (o sea, pensioncillas y hostaluchos) y, consecuentemente, de guiris blanquecinos en indecentes camisetas sin mangas. Main Bazaar suele ser lugar de llegada, así que a la gente todavía no le ha dado tiempo a coger color. Muchos tienen cara de jipis fumados buscando una playa que no hay. Sí, me gustó volver a Main Bazaar. Mientras esperaba a mi hermana, me senté en el bordillo enfrente del Anoop, el "hotel" donde dormimos la primera noche, a escribir postales. A buenas horas. Llevaba más de dos semanas paseando postales en la mochila. En estas estaba cuando me cagó una paloma. Igual que el primer día al salir del Anoop. Menos mal que esta vez acertó en una postal.
Luego fui a buscar la oficina de Correos. Era un lugar exactamente igual de cutre que la escuela que vimos en Jodhpur. Sin ninguna señal ni letrero que la identificara (a menos que hubiera algo en hindi). Entre dos tiendas de especias, una escalera estrecha y ennegrecida. Subes, subes, giras, giras, te metes por una puerta, lo primero que ves es el baño abierto: los azulejos negrejos de tanto churrete de no quiero saber qué, los urinarios igual de negros y amarillentos, y montones de moscas revoloteando. Haces caso omiso, giras a la izquierda y vas a dar a una especie de balcón donde hay un banco con tres indios sentados como si estuvieran en un parque. Te asomas al balcón, ves un montón de puestos de fruta. Te das media vuelta y enfrente tienes cuatro ventanillas enrejadas. En la que queda libre, una vieja que hablaba bien inglés me vende los sellos y me recomienda que, en vez de echar las postales al buzón, se las dé en la mano. Supongo que, si no, se perderían, porque hay quienes se dedican a arrancar los sellos para revenderlos. O tal vez sea justamente así como se pierdan. Por si acaso, en vez del lengüetazo tradicional recurro a la cola que tienen allí mismo, aferrada al fondo de un pegajoso bote de plástico cortado a la mitad.
Había quedado con Estrella y Guillermo (los de Sikiliki), a quienes conocí en el minarete de Jaipur, cuyo hotel estaba precisamente en Main Bazaar. Me esperaban en la terraza, una extensa azotea pintada de azul y cubierta por un necesario toldo del que colgaban necesarios ventiladores, desde la cual había una interesante vista de la zona de Pahar Ganj. Al poco llegó mi hermana. Estuvimos conversando un par de horas con el apoyo de agua verdaderamente mineral (no como la filtrada que te suelen vender). Yo tenía pensado ir a ver el Fuerte Rojo, pero estaba tan a gusto que pasé. Era la primera vez en todo el viaje que me sentaba "a tomar un café", y lo estaba disfrutando. Estrella y Guillermo me estaban cayendo muy bien. Acabamos pasando la mitad del día juntos. Fuimos a comer dando un paseo hasta Connaught Place y por la tarde nos acercamos hasta Birla Mandir, el templo de Lakshmi Narayan por delante del cual habíamos pasado un par de veces en coche y nunca habíamos querido bajar porque sus torres de color granate combinado con salmón no parecían ofrecer nada especial. Pero esta vez habíamos decidido ir porque según Jimmy a las cinco se celebraba la ceremonia hindú de la puesta de sol.
Allí no se celebraba nada, pero el templo era mucho más impresionante de lo que parecía por fuera, lástima que no se pudiera hacer fotos. No lo entendí muy bien, creo que era una mezcla entre templo hindú y budista. Al fin y al cabo para los hindúes Buda es una de las encarnaciones de Vishnú, o algo así. Dimos una vuelta por el interior, que era bastante agradable, aunque en realidad prestábamos más atención a la conversación sobre religiones que a lo que nos rodeaba.
Para finalizar el día (y con él nuestra estancia en la India) les propuse enseñarles mi horterada favorita, el mono rojo gigantesco. Llegar a pie nos llevó un rato, por dos razones: una, porque quedaba lejos; otra, porque al pasar por un gran cruce se había roto una cañería y parte de la calzada estaba inundada. Pura India. Por fin llegamos. Esta vez decidimos entrar. Dejamos nuestros zapatos a merced de la compasión divina y, franqueando una puerta con forma de colmilluda boca de mono abierta (la lengua era la rampa de entrada), nos encontramos en un templo que, más que de orar, daba ganas de jugar. Aquello era como el Tren de la Bruja de las ferias españolas. Había un montón de estatuas terribles: un tigre, un cocodrilo de fauces abiertas, una cobra, Kali (la diosa de la muerte, representada por una mujer de color negro como la tinta con un collar de calaveras), una mujer decapitada y con el cuello sangrado, pero en pie como si estuviera bailando, y otra con la espada manchada en una mano y, sujeta por el pelo, la cabeza de su compañera en la otra... Sí, aterradoras estatuas de cartón piedra pintado con pintura acrílica brillante: formas sencillas, colores planos. Había diferentes recintos interconectados por pasillos y escaleras, daba la sensación de que al doblar una esquina iba a aparecer un tipo con una careta diciendo: ¡uh! Me encantó. Y si hubiera habido espejos deformantes habría sido todavía mejor.
Un brahmán que había por allí nos vio sacando fotos, nos cogió de la mano (a Estrella y a mí, que éramos los que en ese momento estábamos dentro) y nos hizo bajar al piso de abajo. Nos dio asco, porque el suelo estaba empapado de agua de procedencia desconocida. Nos ató varias vueltas de un cordón rojo a la muñeca, nos puso una gota de pasta roja en el medio de la frente, nos virtió en las manos una cucharada de agua bendita que simulamos bebernos y luego nos dio un puñado de caramelitos anisados blancos, que nos guardamos "para después". Luego señaló una bandejita donde tenía las ofrendas. A pesar de sentirme obligado, me lo estaba pasando tan bien en aquel parque temático que le dejé diez rupias.
Salimos del templo y nos despedimos de Estrella y Guillermo, previa foto de rigor (nótese lo sudados que estamos). Isa y yo cogimos una ciclorriksha para volver al hotel. Terminamos de hacer el equipaje, en todos los casos más abultado que a la ida. Hubo quien tuvo que comprarse maletas extra para meterlo todo. Vino Sonu a buscarnos. En el jeep me pareció que todos iban contentos. Yo también. Es la primera vez en mi vida que, estando de viaje, deseo que se acabe. Es que la India agota.
martes, 28 de agosto de 2007
De nuevo Delhi
Esta noche apenas pude dormir, supongo que por todo lo que dormi los dias anteriores. Me levante a las seis y pico, me duche y baje a internet para, entre retortijon y retortijon, terminar de una vez el post sobre Jaisalmer. A las ocho y pico bajaron todos a desayunar. En ese momento yo estaba quemadisimo con la India, los indios y sus timos. Me sentia encerrado en un sitio donde no queria estar. De hecho, a la mesa declare mis ganas de volverme a casita cuanto antes, a dormir en una cama que se que esta limpia, ducharme sin chanclas y secarme con una toalla limpia, pagar precios fijos y no tener que regatear para quedarme siempre de todos modos con la sensacion de haber sido enganhado y, sobre todo, a comer con confianza: comida tal vez menos variada, pero sana y segura. Como decia el otro dia, lo que mas echo de menos es una buena ensalada o uno de esos gazpachos que me hago a mi estilo, con jengibre, je je.
Pero hoy el dia ha estado guay y en ciertas cosas (no en lo de la comida y las toallas) ha cambiado mi vision. Vamos por partes.
Se suponia que nos iba a venir a buscar Sonu a las nueve, pero no aparecio. Mientras esperabamos sentados en recepcion, asistimos a una demostracion de como funcionan las Increibles Lamparas Cagadoras de la India. Hasta ahora llevabamos todos mas o menos una cagada a nuestras espaldas o cabezas: yo fui el primero, con una de albatros o algo asi, por el tamanho, a Laurita una paloma descompuesta, a Laura otro bicho volante, a Sara un mono... Si, hasta ahora ganaba Sara, pero hoy ha sido superada por Laurita. Le cago una lampara. En serio. No se como, pero de un foco del techo cayo algo que, se mire como se mire, era mierda. Primero flipamos todos. Luego ella subio a lavarse y al bajar le ensenho indignada la camiseta al recepcionista, que la miro con la misma cara que los bueyes que solemos encontrarnos en la carretera. Ella insistio: me la lavais, y gratis. El tipo dijo: no hay problema, y alli mismo le hizo un "lavado a mano". O sea, con la unha rasco la sustancia reseca y le devolvio la camiseta. Ahi Laurita (no me imaginaba que pudiera ponerse asi) le canto las cuarenta y el tipo prometio mandarla a la lavanderia. Aun no se la ha devuelto.
Para nuestra sorpresa, luego aparecio Sonu. Quedamos con el, pero nadie se entero muy bien de como, y al final no nos hemos visto. Aparecio tambien nuestro jeep, esta vez conducido por un tipo alto y flaco de sonrisa estilo chino y mano flaccida. Cuando me dio la mano, apenas senti un leve toque y se me escurrio entre los dedos. No contabamos con tener un chofer a nuestra disposicion hoy, pero despues de los regateos nocturnos con las rikshas ayer, la idea me parecio genial. El tipo no hablaba ni papa de ingles. Pero ni papa. Nos pusimos en marcha sin saber adonde. Nos paro delante de no se que templo. Nosotros lo miramos por la ventanilla, dijimos "pues vale" y le mandamos ir a Janpath, donde esta el mercado tibetano. Alli, como no, nos perdimos haciendo compras. Esta vez incluso yo me deje tentar, al fin y al cabo son las ultimas oportunidades pa comprar regalitos. El condu no sabia que hacer con nosotros, pero no porque no se lo hubieramos dicho. Estuvo como una hora esperandonos de pie, menos mal que nunca perdia la sonrisa, pero esta claro que no entendia nada de lo que pasaba. Cuando ya parecia que tirabamos para el coche, pasabamos por delante de otra tienda y teniamos que entrar, regatear, comprar, y asi varias veces. A todo esto, yo con unos retortijones asesinos que me obligaban a sentarme cada tantos pasos.
Hoy en la India era el Dia del Hermano, que basicamente consiste en que las hermanas le atan una pulserita al hermano que este tiene que llevar hasta que se rompa para que se le cumpla un deseo y a cambio los hermanos les dan algo de pasta. Mi hermana llevaba dias buscando desesperadamente pulseras que no fueran demasiado horteras. Hoy, en una tienda donde estabamos todos, Laurita encontro una que no estaba mal y, a mis espaldas, se la paso a mi hermana. Ella se la metio en el bolsillo para que yo no la viera. Salimos de la tienda. Isa le pregunto a Laurita cuanto le debia. Laurita no entendia de que iba la cosa. Claro, mi hermana pensaba que la pulsera ya estaba pagada, y resulto que no. Asi que hoy fuimos sin querer autores de un hurto a pequenha escala. El hecho de que la pulsera no fuese comprada me proporciono una excusa estupenda para no darle dinero a mi hermana. Lo que no se es si, en esas circunstancias, se me cumplira el deseo.
Luego el chofer nos llevo a Jantar Mantar o algo asi, un observatorio construido por no se que soberano (me suena que el mismo que construyo el Taj Mahal, pero como todos se llaman raro no los distingo) que Javi queria ver. El observatorio, no el soberano. Al llegar alli nos asaltaron los encasquetadores de postales y encima habia que pagar, asi que nos fuimos rapidamente. El chofer debia de flipar cada vez mas: cada vez que los llevo a un monumento importante apenas bajan del coche para echarle un vistazo, en cambio los llevo a una calle normal llena de tiendas y son capaces de tirarse alli dos horas!
Fuimos a ver un templo sikh, Gurudwara Bangla Sahib o algo asi. Por supuesto, habia que quitarse los zapatos para entrar (pero estos estan mas organizaos: los dejan en unas taquillas y te dan un numerito, no como normalmente, que los aparcas en la calle y rezas para que sigan alli cuando vuelvas) y, ademas, cubrirse la cabeza. Nos endosaron unos panhuelitos cutrehorteras que vaya por dios. A ver si otro dia puedo poner fotos de nuestra pinta infame. Luego habia que pasar por una especie de charco de agua turbia y calentorra para "lavarse" las pezunhas. Aquello nos dio bastante asco, pero a estas alturas ya hay cosas por las que pasamos sin demasiados remilgos. A la entrada habia un grupo organizado de petardos colombianos o algo asi. Lo de petardos no lo digo porque fueran colombianos, sino porque eran unos petardos. Los guiaba un sikh con su turbante. Al oirnos hablar espanhol nos pregunto de donde eramos y nos mando seguirle. Guay. Tuvimos un guia gratis que dominaba el espanhol y hablaba con conocimiento de causa. Entramos. Dentro, tres tipos tocaban musica: uno cantaba, otro tocaba la tabla y otro el armonio. No lo hacian mal. Habia un monton de gente sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Algunos eran sikhs y otros se veia que no. Estuvimos un par de minutos alli y luego el guia, que decia llamarse Pablo, nos llevo a una especie de comedor de beneficencia que tenian. Habia cientos de personas comiendo y cientos esperando. Sikhs, hindues y puede que otros, hombres, mujeres y ninhos, pobres, menos pobres y nada pobres. Vimos como hacian alli las lentejas en cubos y el chapati (especie de crepe más o menos crujiente hecho solo de harina a la plancha y que ellos usan a modo de pan) y las chicas incluso estuvieron amasando. Yo, haciendo fotos. Luego vimos como les servian la comida en escudillas a cientos de indios distribuidos en seis u ocho hileras. Nadie empezo a comer hasta que el ultimo estuvo servido. Parecia ensayado. Asi todos acabarian al mismo tiempo para que el siguiente grupo tomara el relevo. Mientras tanto, los colombianos lo filmaban absolutamente todo, usando como banda sonora sus propios comentarios: "y aqui tenemos a un monton de personas comiendo, bla, bla, bla...". Me pregunto si seran capaces de ver ese video alguna vez.
Los sikhs, cuando los ves, dan miedo. Son gente orgullosa y de apariencia fiera. No se recortan la barba ni el pelo, que llevan enrollado bajo los siete metros de tela de sus airosos turbantes. Tienen la mirada desafiante y la pose erguida. Suelen ser fisicamente mas fuertes que el indio medio. Al fin y al cabo, son leones. Todos los sikhs lucen el mismo apellido, Singh, que significa leon. Pertenecen a una estirpe guerrera. Y, sin embargo, hoy (por primera vez, he de reconocerlo) me han dado muy buen rollo. Me han parecido bastante majetes, cultos, con ironia y dignidad. No habia gente pidiendo dinero, aparte de uno al que le hicimos fotos (por indicacion de Pablo): le fui a dar diez rupias y me miro con desprecio, como diciendo "?es que no valgo mas?". Se quedo sin mis rupias.
Los sikhs se caracterizan por "las cinco pes": el pelo (largo, tanto en hombres como en mujeres, y recogido); el peine que llevan en el turbante (simbolo de limpieza; cuando pienso en la cantidad de tiempo que deben de pasar despiojandose!); la pulsera de acero, fina y sencilla; los pantalones cortos (sobre los que suelen llevar otros largos); y el punhal (todos llevan una preciosa vaina ornamentada que contiene un punhal curvo; no se como van las leyes indias sobre la posesion de armas blancas).
La religion sikh es una religion monoteista. Creen que su dios (que, por lo que se, no tiene ningun nombre especial) es el mismo que el de los cristianos o los musulmanes. Creen en el trabajo duro y no esperan recompensa por sus actos en otra vida, que, segun he entendido, no hay. La recompensa es y esta en la propia vida. Si tienen un concepto parecido al del karma, en el sentido de que la bondad o maldad de tus actos repercutira sobre ti mismo. En principio no tienen idolos, sacerdotes ni ritos como la misa, aunque si veneran a sus diez primeros gurus o algo asi. Aparte del punto de partida vitalista y "ecumenico", me llama la atencion que, tratandose de una religion india, no acepten el sistema de castas ni la desigualdad entre hombres y mujeres: dicen que el hombre y la mujer son como las dos alas del mismo pajaro. Nos quedamos tan gratamente impresionados con los sikhs que algunos declaramos nuestra intencion de convertirnos, aunque luego dijimos que para seguir pensando de la misma manera de la que ya pensamos no nos hace falta ninguna religion. Luego, pensandolo bien, hemos visto algunas faltas de coherencia entre lo que predican y lo que practican (no dejan de ser indios y no dejan de ser profundamente religiosos), pero a mi, personalmente, me han despertado simpatia. Me gustaria saber mas sobre ellos.
Luego nuestro chofer nos quiso llevar a no se donde, pero por el camino vimos la Puerta de la India, una especie de tosco arco de triunfo rodeado de extensos jardines con familias solazandose y estanques con ninhos banhandose, y decidimos bajar a hacernos unas fotillos, tomarnos algo de beber y descansar un rato sin el agobio de gente que hay en otros lados. Ademas, !habia papeleras!, y eso era necesario inmortalizarlo. La jugada nos salio a medias. Efectivamente, estuvimos un rato tirados en el cesped, observando a los indios y, sobre todo, siendo observados por ellos. Cuando nos dimos cuenta, la densidad de poblacion del parque se concentraba en nuestra zona. Todos los grupos de gente estaban vueltos hacia nosotros y nos miraban en silencio, de vez en cuando comentaban algo y se reian. Intentamos entablar conversacion con algunos grupos, pero nadie hablaba ingles. Yo me fui a comprar agua (bueno, en realidad fui siguiendo el rastro de una india que me habia gustado, total, algo tenia que hacer para olvidarme del dolor constante en el bajo vientre) y por el camino quise sacar un par de fotos de un grupo de ninhos que se estaban banhando en el estanque, tirandose de cabeza desde una fuente. Al verme se volvieron locos, todos empezaron a posar (muchos de ellos ensenhandome con la mano su bien mas preciado, no entendi muy bien por que) y luego salieron del agua y me rodearon pidiendome fotos individuales (no se si con o sin atributo), pero me escape de alli porque me estaban mojando la camara. Volvi adonde estaba el resto, ya con mi aguita. Se nos acerco una chavalilla de como ocho anhos. Era muy graciosa y le encantaba posar (como buena india), asi que le hicimos un reportaje fotografico. Luego nos acercamos a sus padres para ensenharles las fotos y ahi se me ocurrio una "idea genial". Habia unos tipos que sacaban fotos y luego las imprimian en una impresora portatil. Les pedi que me imprimieran una (pipty rupees, no consegui regatear) y se la regale a la familia. Se quedaron contentisimos. Estabamos ya sitiados por indios y nuestro chofer habia venido a buscarnos (sin decir palabra, eso si; pero supongo que no entenderia que haciamos alli perdiendo el tiempo en vez de ver un museo, un minarete, un templo u otra atraccion similar).
Nos quiso llevar a ver el Parlamento, pero por el camino vimos a un grupo de indios jugando al cricket y tuvimos que parar. Hicimos unas cuantas fotos sin entender muy bien el juego. Se nos ocurrio que estaria guay jugar un rato, aunque fuera intentar batear un par de veces. Les pedimos permiso. Acabamos jugando un partido entero con ellos. Como una hora o asi. Fue divertidisimo, aunque no sabiamos muy bien lo que estabamos haciendo, ninguno de nosotros conocia las reglas y ellos, en vez de explicarnoslas, nos decian "no rules". Por lo que vi, se parece bastante al beisbol, uno del equipo A lanza la bola intentando derribar unos palos que hay detras de uno del equipo B, que a su vez intenta batear. Detras de el hay uno del equipo A, que cumple una funcion similar al catcher del beisbol. El resto del equipo B esta distribuido por el campo para coger la bola bateada y pasarsela a... bueno, aqui nos perdimos. El caso es que nos lo pasamos genial y tenemos unas fotos para morirse de risa (sobre todo las mias bateando: mas que un jugador de cricket parezco una bailarina de ballet con las piernas blancas y peludas; ademas, con los pantalones que llevaba, abiertos por los lados, no podia correr porque me los pisaba y parecia un pato, de hecho una vez estuve a punto de estamparme contra el suelo, ante la carcajada general de los indios, que para eso no se cortan un pelo). Lo curioso (o no tanto, visto lo visto) es que cuando llegamos no habia nadie mirando el partido, y cuando nos fuimos el publico superaba las cincuenta personas. Incluso nos hicieron fotos creo que para algun periodico. Hemos quedado con los tios esos para salir manhana. A ver. Por cierto, jugar al cricket con gastroenteritis es toda una experiencia.
Al acabar tuve que volver urgentemente al hotel. Ya fuimos todos y descansamos un rato. Tenia treinta y ocho y medio de fiebre. Me tome algo para el dolor y mi hermana y Sara me improvisaron una sesion de reiki. Yo suelo ser bastante esceptico para esas cosas (y mas si se hacen aprisa y corriendo en la recepcion del hotel), pero he de decir que me senti mejor inmediatamente. Luego en el jeep, camino del restaurante donde queriamos cenar, las conversaciones eran de lo mas curioso: "yo a mi hermano lo he visto azul", "ya, pero eso es porque yo le abri los canales antes".
Fuimos a un sitio de comida vegetariana del sur de la India. Todos se pidieron cosas con una pinta extranhisima que me habria encantado probar. Yo me tuve que contentar con arroz blanco blanquisimo y cocidisimo. Pedi "plain rice" y el camarero, que estaba bastante empanado, insistia en que solo me podia traer "rice with curd" (antes de que me pregunteis, yo juraria que "curd" es yogur, pero no se por que no le llaman yogur). Vale, me pedi un platin de arroz con el yogur aparte. Me comi el arroz y deje el yogur (al final se lo tomo Sara de postre). Como me habia quedado con hambre (es que hoy solo habia comido dos tostadas sin nada al desayuno), pedi otro "plain rice". El empanao del camarero, que solo puede ser "rice with curd". Yo, que como quiera, pero que es una pena, porque vamos a tirar el curd. El, que el plato es rice with curd y que no hay tutia. Yo, que vale, pero que me sigue pareciendo una pena. Al cabo de diez minutos (en los que les habia dado tiempo a traer el arroz con tamarindo que mi hermana debe de estar vomitando en estos momentos y que habia pedido a la vez que yo), a mi hermana se le ocurrio preguntarle que pasaba con mi rice. El tipo dijo: "plain rice no possible, only rice with curd". Yo, muerto de hambre, con fiebre y dolor de barriga, salte: "bring me your rice with curd, but bring it now!" y anhadi en polaco, para no pasarme de ofensivo: "kurwa mac!", y luego en espanhol: "?estas gilipollas o que?". Me dio un arrebato bastante poco zen y probablemente exagerado, pero es que el tipo me mosqueo. Despues de comerme el segundo miniplato de arroz ultrasoso, nos encargamos de que, ya que nos lo iban a cobrar, que no reutilizasen el curd. Le echamos un poquito de pimienta, algo de chili, unas gotas de agua, y se formo una pasta realmente asquerosa que espero no le hayan encasquetado a nadie. Me supo mal haberme enfadado asi, pero en Espanha (o en Polonia) nadie te pondria pegas por hacerte un arroz cuando estas mal del estogamo, y ademas te cobrarian una miseria por ello. Aqui, con tal de no bajarte el precio, insisten en traerte el puto curd aunque luego lo vayan a tirar. Como si no tuvieran pobres a los que darles la comida.
Para terminar la noche, la misma escena de ayer (solo que anoche la tuvimos dos veces, a la ida y a la vuelta): el encontrar una riksha que no te time mas de lo aceptable. Anoche todos nos querian cobrar cien, ciento veinte o hasta doscientas rupias por riksha, cuando sabemos que el precio por cinco quilometros es de veinticinco. A los guiris no les ponen el rikshometro. Lo mas barato que conseguimos fue cincuenta, o sea, el doble del precio indio. De lo que no se dio cuenta el rikshero es de que se habia dejado el rikshometro encendido, con lo que, mediante una simple operacion matematica, vimos claramente que la carrera deberia habernos costado la mitad. Le pagamos al tipo lo convenido, pero le hice saber mi descontento, a lo que el contesto "night charge". Le habria dicho que el night charge empieza a las diez o las once, no a las nueve, y que en todo caso es del 25%, pero ya pase. Hoy, la misma historia. Menos mal que Javi, con su pinta de indio de otro estado (permitidme recordaros que no en todo el pais se habla el hindi) nos negocio rapidamente (o sea, a la quinta o sexta) una por cincuenta.
Estos dias me viene la idea de que hay algo en mi planteamiento que falla. Quiza deberia aceptar que las cosas aqui son como son y que no se puede aplicar el mismo rasero para los indios y para el resto. Deberia admitir que, al fin y al cabo, veinte rupias arriba o abajo para mi no significan gran cosa (a no ser que acumules las de varias veces diarias durante un mes), mientras que para ellos marcan una diferencia. Cuestion de supervivencia. Deberia comprender que lo que hace esa gente no es mas que cumplir con su objetivo de comerciantes (lease: vendedores, camareros, recepcionistas, riksheros, todos quienes cobran por un servicio), es decir, obtener el maximo beneficio posible. ?Acaso no nos timan tambien todos los dias en Europa con precios fijos inflados por los que no se nos ocurre protestar? Probablemente deberia ver que no es una cuestion de honor, que no es que me tomen a mi por imbecil, sino que, como dice Laurita, nos consideran medios para conseguir un fin. No nos tratan como individuos, como personas, sino como representantes de un mundo injustamente mejor y fuera de su alcance. Y no parece que vean nada de malo en ello. Te tangan con la mayor naturalidad. Extranjero es igual a rico, el mundo es injusto, saquemosles lo que podamos. Si, deberia plantearme todas estas cosas desde otro punto de vista, y lo intento, pero me cuesta. De todos modos creo que tienen poca vision a largo plazo, porque si las cosas fueran de otra manera la gente compraria mas, utilizaria mas sus servicios, dejaria mejores propinas y volveria encantada. No se dan cuenta de lo que pierden. Para mi gusto, pierden lo mas importante, aquello de lo que su pais podria estar orgulloso. Es una pena que la cuna de la espiritualidad se pervierta por dinero cuando en realidad el pais es rico en recursos.
Sea como sea, me quedan dos dias aqui y no voy a dejar que nada me los estropee, ni los indios timadores, ni las bacterias que le han cogido el gustillo a mis intestinos, ni nada. El dia de hoy ha estado guay y hemos logrado tener contacto con indios que, por no ser o no estar en su faceta de comerciantes, no pretendian nada de nosotros. Realmente es una lastima que no hablen mas ingles. Creo que en el sur se habla mas. En el norte, sin hindi no llegas muy lejos.
(NOTA: si es que mas oportunos no pueden ser. Justo cuando estoy intentando cambiar la impresion que me han causado, achacandosela a mis prejuicios, me pasa lo que me acaba de pasar. El camarero del restaurante -que llevaba horas observandome aburrido y mirando por encima de mi cabeza lo que escribo, aunque no entienda nada; ya hablare otro dia sobre el concepto de intimidad en este pais superpoblado- el mismo que anoche apago las luces para echarme, decidio hacer lo mismo, con tan mala fortuna que, justo en el momento en que yo estaba pulsando el boton de publicar para irme ya a dormir, me desconecto el modem y perdi los tres ultimos parrafos que habia escrito y que no he sido capaz de redactar igual. Cuando le eche la bronca tuvo el morro de decir que el no habia sido, !!!que la culpa era mia por haber tocado el enchufe con el respaldo de la silla!!! Esa cobardia manifiesta para asumir los errores me recuerda al dia que en Agra le deje a Sonu mi navaja para que me la custodiara, pues no podia entrar con ella a no se que templo, y cuando volvi, misteriosamente, la navaja habia perdido el seguro, pero Sonu juro y perjuro que no tenia nada que ver. ?Sera un efecto secundario del sistema de castas?)
Pero hoy el dia ha estado guay y en ciertas cosas (no en lo de la comida y las toallas) ha cambiado mi vision. Vamos por partes.
Se suponia que nos iba a venir a buscar Sonu a las nueve, pero no aparecio. Mientras esperabamos sentados en recepcion, asistimos a una demostracion de como funcionan las Increibles Lamparas Cagadoras de la India. Hasta ahora llevabamos todos mas o menos una cagada a nuestras espaldas o cabezas: yo fui el primero, con una de albatros o algo asi, por el tamanho, a Laurita una paloma descompuesta, a Laura otro bicho volante, a Sara un mono... Si, hasta ahora ganaba Sara, pero hoy ha sido superada por Laurita. Le cago una lampara. En serio. No se como, pero de un foco del techo cayo algo que, se mire como se mire, era mierda. Primero flipamos todos. Luego ella subio a lavarse y al bajar le ensenho indignada la camiseta al recepcionista, que la miro con la misma cara que los bueyes que solemos encontrarnos en la carretera. Ella insistio: me la lavais, y gratis. El tipo dijo: no hay problema, y alli mismo le hizo un "lavado a mano". O sea, con la unha rasco la sustancia reseca y le devolvio la camiseta. Ahi Laurita (no me imaginaba que pudiera ponerse asi) le canto las cuarenta y el tipo prometio mandarla a la lavanderia. Aun no se la ha devuelto.
Para nuestra sorpresa, luego aparecio Sonu. Quedamos con el, pero nadie se entero muy bien de como, y al final no nos hemos visto. Aparecio tambien nuestro jeep, esta vez conducido por un tipo alto y flaco de sonrisa estilo chino y mano flaccida. Cuando me dio la mano, apenas senti un leve toque y se me escurrio entre los dedos. No contabamos con tener un chofer a nuestra disposicion hoy, pero despues de los regateos nocturnos con las rikshas ayer, la idea me parecio genial. El tipo no hablaba ni papa de ingles. Pero ni papa. Nos pusimos en marcha sin saber adonde. Nos paro delante de no se que templo. Nosotros lo miramos por la ventanilla, dijimos "pues vale" y le mandamos ir a Janpath, donde esta el mercado tibetano. Alli, como no, nos perdimos haciendo compras. Esta vez incluso yo me deje tentar, al fin y al cabo son las ultimas oportunidades pa comprar regalitos. El condu no sabia que hacer con nosotros, pero no porque no se lo hubieramos dicho. Estuvo como una hora esperandonos de pie, menos mal que nunca perdia la sonrisa, pero esta claro que no entendia nada de lo que pasaba. Cuando ya parecia que tirabamos para el coche, pasabamos por delante de otra tienda y teniamos que entrar, regatear, comprar, y asi varias veces. A todo esto, yo con unos retortijones asesinos que me obligaban a sentarme cada tantos pasos.
Hoy en la India era el Dia del Hermano, que basicamente consiste en que las hermanas le atan una pulserita al hermano que este tiene que llevar hasta que se rompa para que se le cumpla un deseo y a cambio los hermanos les dan algo de pasta. Mi hermana llevaba dias buscando desesperadamente pulseras que no fueran demasiado horteras. Hoy, en una tienda donde estabamos todos, Laurita encontro una que no estaba mal y, a mis espaldas, se la paso a mi hermana. Ella se la metio en el bolsillo para que yo no la viera. Salimos de la tienda. Isa le pregunto a Laurita cuanto le debia. Laurita no entendia de que iba la cosa. Claro, mi hermana pensaba que la pulsera ya estaba pagada, y resulto que no. Asi que hoy fuimos sin querer autores de un hurto a pequenha escala. El hecho de que la pulsera no fuese comprada me proporciono una excusa estupenda para no darle dinero a mi hermana. Lo que no se es si, en esas circunstancias, se me cumplira el deseo.
Luego el chofer nos llevo a Jantar Mantar o algo asi, un observatorio construido por no se que soberano (me suena que el mismo que construyo el Taj Mahal, pero como todos se llaman raro no los distingo) que Javi queria ver. El observatorio, no el soberano. Al llegar alli nos asaltaron los encasquetadores de postales y encima habia que pagar, asi que nos fuimos rapidamente. El chofer debia de flipar cada vez mas: cada vez que los llevo a un monumento importante apenas bajan del coche para echarle un vistazo, en cambio los llevo a una calle normal llena de tiendas y son capaces de tirarse alli dos horas!
Fuimos a ver un templo sikh, Gurudwara Bangla Sahib o algo asi. Por supuesto, habia que quitarse los zapatos para entrar (pero estos estan mas organizaos: los dejan en unas taquillas y te dan un numerito, no como normalmente, que los aparcas en la calle y rezas para que sigan alli cuando vuelvas) y, ademas, cubrirse la cabeza. Nos endosaron unos panhuelitos cutrehorteras que vaya por dios. A ver si otro dia puedo poner fotos de nuestra pinta infame. Luego habia que pasar por una especie de charco de agua turbia y calentorra para "lavarse" las pezunhas. Aquello nos dio bastante asco, pero a estas alturas ya hay cosas por las que pasamos sin demasiados remilgos. A la entrada habia un grupo organizado de petardos colombianos o algo asi. Lo de petardos no lo digo porque fueran colombianos, sino porque eran unos petardos. Los guiaba un sikh con su turbante. Al oirnos hablar espanhol nos pregunto de donde eramos y nos mando seguirle. Guay. Tuvimos un guia gratis que dominaba el espanhol y hablaba con conocimiento de causa. Entramos. Dentro, tres tipos tocaban musica: uno cantaba, otro tocaba la tabla y otro el armonio. No lo hacian mal. Habia un monton de gente sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Algunos eran sikhs y otros se veia que no. Estuvimos un par de minutos alli y luego el guia, que decia llamarse Pablo, nos llevo a una especie de comedor de beneficencia que tenian. Habia cientos de personas comiendo y cientos esperando. Sikhs, hindues y puede que otros, hombres, mujeres y ninhos, pobres, menos pobres y nada pobres. Vimos como hacian alli las lentejas en cubos y el chapati (especie de crepe más o menos crujiente hecho solo de harina a la plancha y que ellos usan a modo de pan) y las chicas incluso estuvieron amasando. Yo, haciendo fotos. Luego vimos como les servian la comida en escudillas a cientos de indios distribuidos en seis u ocho hileras. Nadie empezo a comer hasta que el ultimo estuvo servido. Parecia ensayado. Asi todos acabarian al mismo tiempo para que el siguiente grupo tomara el relevo. Mientras tanto, los colombianos lo filmaban absolutamente todo, usando como banda sonora sus propios comentarios: "y aqui tenemos a un monton de personas comiendo, bla, bla, bla...". Me pregunto si seran capaces de ver ese video alguna vez.
Los sikhs, cuando los ves, dan miedo. Son gente orgullosa y de apariencia fiera. No se recortan la barba ni el pelo, que llevan enrollado bajo los siete metros de tela de sus airosos turbantes. Tienen la mirada desafiante y la pose erguida. Suelen ser fisicamente mas fuertes que el indio medio. Al fin y al cabo, son leones. Todos los sikhs lucen el mismo apellido, Singh, que significa leon. Pertenecen a una estirpe guerrera. Y, sin embargo, hoy (por primera vez, he de reconocerlo) me han dado muy buen rollo. Me han parecido bastante majetes, cultos, con ironia y dignidad. No habia gente pidiendo dinero, aparte de uno al que le hicimos fotos (por indicacion de Pablo): le fui a dar diez rupias y me miro con desprecio, como diciendo "?es que no valgo mas?". Se quedo sin mis rupias.
Los sikhs se caracterizan por "las cinco pes": el pelo (largo, tanto en hombres como en mujeres, y recogido); el peine que llevan en el turbante (simbolo de limpieza; cuando pienso en la cantidad de tiempo que deben de pasar despiojandose!); la pulsera de acero, fina y sencilla; los pantalones cortos (sobre los que suelen llevar otros largos); y el punhal (todos llevan una preciosa vaina ornamentada que contiene un punhal curvo; no se como van las leyes indias sobre la posesion de armas blancas).
La religion sikh es una religion monoteista. Creen que su dios (que, por lo que se, no tiene ningun nombre especial) es el mismo que el de los cristianos o los musulmanes. Creen en el trabajo duro y no esperan recompensa por sus actos en otra vida, que, segun he entendido, no hay. La recompensa es y esta en la propia vida. Si tienen un concepto parecido al del karma, en el sentido de que la bondad o maldad de tus actos repercutira sobre ti mismo. En principio no tienen idolos, sacerdotes ni ritos como la misa, aunque si veneran a sus diez primeros gurus o algo asi. Aparte del punto de partida vitalista y "ecumenico", me llama la atencion que, tratandose de una religion india, no acepten el sistema de castas ni la desigualdad entre hombres y mujeres: dicen que el hombre y la mujer son como las dos alas del mismo pajaro. Nos quedamos tan gratamente impresionados con los sikhs que algunos declaramos nuestra intencion de convertirnos, aunque luego dijimos que para seguir pensando de la misma manera de la que ya pensamos no nos hace falta ninguna religion. Luego, pensandolo bien, hemos visto algunas faltas de coherencia entre lo que predican y lo que practican (no dejan de ser indios y no dejan de ser profundamente religiosos), pero a mi, personalmente, me han despertado simpatia. Me gustaria saber mas sobre ellos.
Luego nuestro chofer nos quiso llevar a no se donde, pero por el camino vimos la Puerta de la India, una especie de tosco arco de triunfo rodeado de extensos jardines con familias solazandose y estanques con ninhos banhandose, y decidimos bajar a hacernos unas fotillos, tomarnos algo de beber y descansar un rato sin el agobio de gente que hay en otros lados. Ademas, !habia papeleras!, y eso era necesario inmortalizarlo. La jugada nos salio a medias. Efectivamente, estuvimos un rato tirados en el cesped, observando a los indios y, sobre todo, siendo observados por ellos. Cuando nos dimos cuenta, la densidad de poblacion del parque se concentraba en nuestra zona. Todos los grupos de gente estaban vueltos hacia nosotros y nos miraban en silencio, de vez en cuando comentaban algo y se reian. Intentamos entablar conversacion con algunos grupos, pero nadie hablaba ingles. Yo me fui a comprar agua (bueno, en realidad fui siguiendo el rastro de una india que me habia gustado, total, algo tenia que hacer para olvidarme del dolor constante en el bajo vientre) y por el camino quise sacar un par de fotos de un grupo de ninhos que se estaban banhando en el estanque, tirandose de cabeza desde una fuente. Al verme se volvieron locos, todos empezaron a posar (muchos de ellos ensenhandome con la mano su bien mas preciado, no entendi muy bien por que) y luego salieron del agua y me rodearon pidiendome fotos individuales (no se si con o sin atributo), pero me escape de alli porque me estaban mojando la camara. Volvi adonde estaba el resto, ya con mi aguita. Se nos acerco una chavalilla de como ocho anhos. Era muy graciosa y le encantaba posar (como buena india), asi que le hicimos un reportaje fotografico. Luego nos acercamos a sus padres para ensenharles las fotos y ahi se me ocurrio una "idea genial". Habia unos tipos que sacaban fotos y luego las imprimian en una impresora portatil. Les pedi que me imprimieran una (pipty rupees, no consegui regatear) y se la regale a la familia. Se quedaron contentisimos. Estabamos ya sitiados por indios y nuestro chofer habia venido a buscarnos (sin decir palabra, eso si; pero supongo que no entenderia que haciamos alli perdiendo el tiempo en vez de ver un museo, un minarete, un templo u otra atraccion similar).
Nos quiso llevar a ver el Parlamento, pero por el camino vimos a un grupo de indios jugando al cricket y tuvimos que parar. Hicimos unas cuantas fotos sin entender muy bien el juego. Se nos ocurrio que estaria guay jugar un rato, aunque fuera intentar batear un par de veces. Les pedimos permiso. Acabamos jugando un partido entero con ellos. Como una hora o asi. Fue divertidisimo, aunque no sabiamos muy bien lo que estabamos haciendo, ninguno de nosotros conocia las reglas y ellos, en vez de explicarnoslas, nos decian "no rules". Por lo que vi, se parece bastante al beisbol, uno del equipo A lanza la bola intentando derribar unos palos que hay detras de uno del equipo B, que a su vez intenta batear. Detras de el hay uno del equipo A, que cumple una funcion similar al catcher del beisbol. El resto del equipo B esta distribuido por el campo para coger la bola bateada y pasarsela a... bueno, aqui nos perdimos. El caso es que nos lo pasamos genial y tenemos unas fotos para morirse de risa (sobre todo las mias bateando: mas que un jugador de cricket parezco una bailarina de ballet con las piernas blancas y peludas; ademas, con los pantalones que llevaba, abiertos por los lados, no podia correr porque me los pisaba y parecia un pato, de hecho una vez estuve a punto de estamparme contra el suelo, ante la carcajada general de los indios, que para eso no se cortan un pelo). Lo curioso (o no tanto, visto lo visto) es que cuando llegamos no habia nadie mirando el partido, y cuando nos fuimos el publico superaba las cincuenta personas. Incluso nos hicieron fotos creo que para algun periodico. Hemos quedado con los tios esos para salir manhana. A ver. Por cierto, jugar al cricket con gastroenteritis es toda una experiencia.
Al acabar tuve que volver urgentemente al hotel. Ya fuimos todos y descansamos un rato. Tenia treinta y ocho y medio de fiebre. Me tome algo para el dolor y mi hermana y Sara me improvisaron una sesion de reiki. Yo suelo ser bastante esceptico para esas cosas (y mas si se hacen aprisa y corriendo en la recepcion del hotel), pero he de decir que me senti mejor inmediatamente. Luego en el jeep, camino del restaurante donde queriamos cenar, las conversaciones eran de lo mas curioso: "yo a mi hermano lo he visto azul", "ya, pero eso es porque yo le abri los canales antes".
Fuimos a un sitio de comida vegetariana del sur de la India. Todos se pidieron cosas con una pinta extranhisima que me habria encantado probar. Yo me tuve que contentar con arroz blanco blanquisimo y cocidisimo. Pedi "plain rice" y el camarero, que estaba bastante empanado, insistia en que solo me podia traer "rice with curd" (antes de que me pregunteis, yo juraria que "curd" es yogur, pero no se por que no le llaman yogur). Vale, me pedi un platin de arroz con el yogur aparte. Me comi el arroz y deje el yogur (al final se lo tomo Sara de postre). Como me habia quedado con hambre (es que hoy solo habia comido dos tostadas sin nada al desayuno), pedi otro "plain rice". El empanao del camarero, que solo puede ser "rice with curd". Yo, que como quiera, pero que es una pena, porque vamos a tirar el curd. El, que el plato es rice with curd y que no hay tutia. Yo, que vale, pero que me sigue pareciendo una pena. Al cabo de diez minutos (en los que les habia dado tiempo a traer el arroz con tamarindo que mi hermana debe de estar vomitando en estos momentos y que habia pedido a la vez que yo), a mi hermana se le ocurrio preguntarle que pasaba con mi rice. El tipo dijo: "plain rice no possible, only rice with curd". Yo, muerto de hambre, con fiebre y dolor de barriga, salte: "bring me your rice with curd, but bring it now!" y anhadi en polaco, para no pasarme de ofensivo: "kurwa mac!", y luego en espanhol: "?estas gilipollas o que?". Me dio un arrebato bastante poco zen y probablemente exagerado, pero es que el tipo me mosqueo. Despues de comerme el segundo miniplato de arroz ultrasoso, nos encargamos de que, ya que nos lo iban a cobrar, que no reutilizasen el curd. Le echamos un poquito de pimienta, algo de chili, unas gotas de agua, y se formo una pasta realmente asquerosa que espero no le hayan encasquetado a nadie. Me supo mal haberme enfadado asi, pero en Espanha (o en Polonia) nadie te pondria pegas por hacerte un arroz cuando estas mal del estogamo, y ademas te cobrarian una miseria por ello. Aqui, con tal de no bajarte el precio, insisten en traerte el puto curd aunque luego lo vayan a tirar. Como si no tuvieran pobres a los que darles la comida.
Para terminar la noche, la misma escena de ayer (solo que anoche la tuvimos dos veces, a la ida y a la vuelta): el encontrar una riksha que no te time mas de lo aceptable. Anoche todos nos querian cobrar cien, ciento veinte o hasta doscientas rupias por riksha, cuando sabemos que el precio por cinco quilometros es de veinticinco. A los guiris no les ponen el rikshometro. Lo mas barato que conseguimos fue cincuenta, o sea, el doble del precio indio. De lo que no se dio cuenta el rikshero es de que se habia dejado el rikshometro encendido, con lo que, mediante una simple operacion matematica, vimos claramente que la carrera deberia habernos costado la mitad. Le pagamos al tipo lo convenido, pero le hice saber mi descontento, a lo que el contesto "night charge". Le habria dicho que el night charge empieza a las diez o las once, no a las nueve, y que en todo caso es del 25%, pero ya pase. Hoy, la misma historia. Menos mal que Javi, con su pinta de indio de otro estado (permitidme recordaros que no en todo el pais se habla el hindi) nos negocio rapidamente (o sea, a la quinta o sexta) una por cincuenta.
Estos dias me viene la idea de que hay algo en mi planteamiento que falla. Quiza deberia aceptar que las cosas aqui son como son y que no se puede aplicar el mismo rasero para los indios y para el resto. Deberia admitir que, al fin y al cabo, veinte rupias arriba o abajo para mi no significan gran cosa (a no ser que acumules las de varias veces diarias durante un mes), mientras que para ellos marcan una diferencia. Cuestion de supervivencia. Deberia comprender que lo que hace esa gente no es mas que cumplir con su objetivo de comerciantes (lease: vendedores, camareros, recepcionistas, riksheros, todos quienes cobran por un servicio), es decir, obtener el maximo beneficio posible. ?Acaso no nos timan tambien todos los dias en Europa con precios fijos inflados por los que no se nos ocurre protestar? Probablemente deberia ver que no es una cuestion de honor, que no es que me tomen a mi por imbecil, sino que, como dice Laurita, nos consideran medios para conseguir un fin. No nos tratan como individuos, como personas, sino como representantes de un mundo injustamente mejor y fuera de su alcance. Y no parece que vean nada de malo en ello. Te tangan con la mayor naturalidad. Extranjero es igual a rico, el mundo es injusto, saquemosles lo que podamos. Si, deberia plantearme todas estas cosas desde otro punto de vista, y lo intento, pero me cuesta. De todos modos creo que tienen poca vision a largo plazo, porque si las cosas fueran de otra manera la gente compraria mas, utilizaria mas sus servicios, dejaria mejores propinas y volveria encantada. No se dan cuenta de lo que pierden. Para mi gusto, pierden lo mas importante, aquello de lo que su pais podria estar orgulloso. Es una pena que la cuna de la espiritualidad se pervierta por dinero cuando en realidad el pais es rico en recursos.
Sea como sea, me quedan dos dias aqui y no voy a dejar que nada me los estropee, ni los indios timadores, ni las bacterias que le han cogido el gustillo a mis intestinos, ni nada. El dia de hoy ha estado guay y hemos logrado tener contacto con indios que, por no ser o no estar en su faceta de comerciantes, no pretendian nada de nosotros. Realmente es una lastima que no hablen mas ingles. Creo que en el sur se habla mas. En el norte, sin hindi no llegas muy lejos.
(NOTA: si es que mas oportunos no pueden ser. Justo cuando estoy intentando cambiar la impresion que me han causado, achacandosela a mis prejuicios, me pasa lo que me acaba de pasar. El camarero del restaurante -que llevaba horas observandome aburrido y mirando por encima de mi cabeza lo que escribo, aunque no entienda nada; ya hablare otro dia sobre el concepto de intimidad en este pais superpoblado- el mismo que anoche apago las luces para echarme, decidio hacer lo mismo, con tan mala fortuna que, justo en el momento en que yo estaba pulsando el boton de publicar para irme ya a dormir, me desconecto el modem y perdi los tres ultimos parrafos que habia escrito y que no he sido capaz de redactar igual. Cuando le eche la bronca tuvo el morro de decir que el no habia sido, !!!que la culpa era mia por haber tocado el enchufe con el respaldo de la silla!!! Esa cobardia manifiesta para asumir los errores me recuerda al dia que en Agra le deje a Sonu mi navaja para que me la custodiara, pues no podia entrar con ella a no se que templo, y cuando volvi, misteriosamente, la navaja habia perdido el seguro, pero Sonu juro y perjuro que no tenia nada que ver. ?Sera un efecto secundario del sistema de castas?)
lunes, 27 de agosto de 2007
Jhunjhunu
Si Bikaner no tenia nada de particular (algo asi como un Badajoz de la India), Jhunjhunu es aun peor. Bueno, por lo que hemos visto al pasar. Por eso hemos decidido acortar nuestra estancia alli y pasar una sola noche y volvernos antes a Delhi. Comprendo que era una parada conveniente porque estaba en nuestra ruta de vuelta, pero no le recomiendo a nadie que vaya expresamente alli. Lo unico que hay interesante (y no exactamente en el poblacho ese, sino en los alrededores) es el templo de Rani Sati. La tal Rani por lo visto fue una tipa con pasta que se inmolo en la pira funeraria de su marido. Lo que no se es por que precisamente ella tiene un templo y no los miles de mujeres que murieron quemadas del mismo modo.
El templo es curioso. Por fuera, nada especial, se ven varios pisos de galerias decoradas de forma muy hortera, o sea, lo normal aqui. Por dentro la cosa mejora un poco. Lastima que no dejen sacar fotos. Hay una sala enorme forrada de arriba a abajo, incluidas las columnas, con laminas de plata grabadas con escenas que representan dioses hindues. Es increible el derroche. El altar es de oro. En el centro hay unas alfombras donde la gente se sienta a rezar o meditar. Curiosamente, nadie nos pidio dinero alli dentro (fuera si, claro). La gente, incluidos los guardias, era agradable. Sara incluso trabo conversacion con una chica que parecia muy maja y que luego nos dio la mano a todos al despedirse.
Total, una visita de media hora y vuelta al jeep camino de Delhi, nuestra ultima escala en este viaje que ya toca a su fin.
Se nos va a hacer raro no pasar no se cuantas horas diarias metidos en un jeep, participando en enrevesados dialogos para besugos con Sonu, remedando el estribillo de canciones indias que no entendemos ("punjabi a di vale, vale, vale, vale, vale") o imitando animales para hacer reir a Sonu y que no se nos duerma.
El tal Sonu es todo un personaje. Es una pena que no hablara mas ingles, porque nos podria haber explicado cosas durante el viaje (no solo "this - temple") y porque estamos seguros de que nos habriamos echado unas risas con el. Aun asi, nos hemos reido bastante. Es como un ninho grande. Hemos tardado en pillarle el punto, pero un par de veces se ha portado bien en caso de necesidad. Que nosotros sepamos, nunca ha intentado tangarnos y se ha puesto de nuestra parte cuando otros lo han pretendido. Cuando ha notado nuestra desconfianza en alguna ocasion nos ha dicho muy claramente: "he - cheat; I - no cheat!". Asi que hoy le hemos dado entre todos mil quinientas rupias de propina. Quiza en numeros redondos no sea demasiado (como treinta euros), pero teniendo en cuenta que su salario mensual es de tres mil rupias, debe de haberse quedado contento. Esperamos que si. Y, como dicen ellos: "if you are happy, I am happy".
El templo es curioso. Por fuera, nada especial, se ven varios pisos de galerias decoradas de forma muy hortera, o sea, lo normal aqui. Por dentro la cosa mejora un poco. Lastima que no dejen sacar fotos. Hay una sala enorme forrada de arriba a abajo, incluidas las columnas, con laminas de plata grabadas con escenas que representan dioses hindues. Es increible el derroche. El altar es de oro. En el centro hay unas alfombras donde la gente se sienta a rezar o meditar. Curiosamente, nadie nos pidio dinero alli dentro (fuera si, claro). La gente, incluidos los guardias, era agradable. Sara incluso trabo conversacion con una chica que parecia muy maja y que luego nos dio la mano a todos al despedirse.
Total, una visita de media hora y vuelta al jeep camino de Delhi, nuestra ultima escala en este viaje que ya toca a su fin.
Se nos va a hacer raro no pasar no se cuantas horas diarias metidos en un jeep, participando en enrevesados dialogos para besugos con Sonu, remedando el estribillo de canciones indias que no entendemos ("punjabi a di vale, vale, vale, vale, vale") o imitando animales para hacer reir a Sonu y que no se nos duerma.
El tal Sonu es todo un personaje. Es una pena que no hablara mas ingles, porque nos podria haber explicado cosas durante el viaje (no solo "this - temple") y porque estamos seguros de que nos habriamos echado unas risas con el. Aun asi, nos hemos reido bastante. Es como un ninho grande. Hemos tardado en pillarle el punto, pero un par de veces se ha portado bien en caso de necesidad. Que nosotros sepamos, nunca ha intentado tangarnos y se ha puesto de nuestra parte cuando otros lo han pretendido. Cuando ha notado nuestra desconfianza en alguna ocasion nos ha dicho muy claramente: "he - cheat; I - no cheat!". Asi que hoy le hemos dado entre todos mil quinientas rupias de propina. Quiza en numeros redondos no sea demasiado (como treinta euros), pero teniendo en cuenta que su salario mensual es de tres mil rupias, debe de haberse quedado contento. Esperamos que si. Y, como dicen ellos: "if you are happy, I am happy".
36 horas borradas de mi vida
Justo despues de escribir la entrada anterior, llegue a mi habitacion y empece con los sintomas mas desagradables de una gastroenteritis. Mientras estaba en el banho, me llego un SMS con la noticia de que mi abuela paterna habia muerto. No es algo que quiera comentar aqui. Sali del banho y llame a mi padre. Volvi al banho. Despues de un buen rato, volvi tambaleandome a la cama y me acoste. Tenia unos retortijones tremendos y muchisimo frio, le pedi a mi hermana que apagara el aire acondicionado, pero estaba dormida como un tronco y no me oyo. No tenia fuerzas ni para despertarla.
Al dia siguiente no podia levantarme. Me puse el termometro. Treinta y nueve y medio. Vino Laura, que es medico, y me dio algo para bajar la fiebre. Mas tarde, algo para el dolor. Tuvieron que bajarme las mochilas hasta el coche porque yo no podia cargar con ellas.
Nos tocaban como seis horas de viaje a Jhunjhunu. Menos mal que me cedieron en sitio de honor (el asiento delantero, donde menos bota el jeep). Gran parte del viaje la pase en estado catatonico. Varias veces tuvimos que parar para que yo fertilizara el desertico Rajasthan. Javi se venia conmigo para sujetarme, porque estaba tan debil y mareado que me caia.
Llegamos por fin a nuestro hotel de Jhunjhunu. Los demas se fueron directos a la piscina y yo me meti en la cama, con el iPod a un lado y una montanha de medicinas al otro. Descontando las frecuentes visitas al banho, me pase como 15 horas en la cama. Mi record. Al menos desde la ultima gastroenteritis, hace como tres anhos. No se cual seria la causa esta vez (quiza la comida del desierto, aunque no creo, porque soy el unico que ha caido asi; o tal vez el zumo de pinha que me tome el otro dia en un puesto callejero de Jaisalmer y que no me di cuenta de que estaba mezclado con agua de sabedios que procedencia hasta que ya me habia bajado la mitad de un trago), pero pense que me moria. Espero que no sea mas que eso y no ninguna infeccion por ameba de esas que hay aqui, o algo por el estilo.
Hoy ya me encontraba mejor. Sonu me obligo a tomar un remedio indio. Yo no queria, porque me lo dio directamente de su mano (de dudosa higiene, espero que al menos fuera la derecha) y porque no me apetecia tragarme nada. Me dio un punhado de te en polvo y me hizo tragarmelo con agua fria. No se si seria eso, las medicinas que me dio Laura o el trabajo de mi sistema inmunitario, o todo junto, pero a medida que pasaba el dia me fui sintiendo mejor. Menos mal, porque el viajecito tambien ha sido fino. Otras ocho horas o asi, mas de una de las cuales solo para entrar en Delhi.
Despues de cuarenta y ocho horas sin ingerir ningun alimento mas que suero isotonico, acabo de cenarme un plato de pasta. Me ha sabido a gloria. A ver como lo soporta mi sistema digestivo esta noche. Manhana Sonu nos ha invitado a desayunar en su casa.
Al dia siguiente no podia levantarme. Me puse el termometro. Treinta y nueve y medio. Vino Laura, que es medico, y me dio algo para bajar la fiebre. Mas tarde, algo para el dolor. Tuvieron que bajarme las mochilas hasta el coche porque yo no podia cargar con ellas.
Nos tocaban como seis horas de viaje a Jhunjhunu. Menos mal que me cedieron en sitio de honor (el asiento delantero, donde menos bota el jeep). Gran parte del viaje la pase en estado catatonico. Varias veces tuvimos que parar para que yo fertilizara el desertico Rajasthan. Javi se venia conmigo para sujetarme, porque estaba tan debil y mareado que me caia.
Llegamos por fin a nuestro hotel de Jhunjhunu. Los demas se fueron directos a la piscina y yo me meti en la cama, con el iPod a un lado y una montanha de medicinas al otro. Descontando las frecuentes visitas al banho, me pase como 15 horas en la cama. Mi record. Al menos desde la ultima gastroenteritis, hace como tres anhos. No se cual seria la causa esta vez (quiza la comida del desierto, aunque no creo, porque soy el unico que ha caido asi; o tal vez el zumo de pinha que me tome el otro dia en un puesto callejero de Jaisalmer y que no me di cuenta de que estaba mezclado con agua de sabedios que procedencia hasta que ya me habia bajado la mitad de un trago), pero pense que me moria. Espero que no sea mas que eso y no ninguna infeccion por ameba de esas que hay aqui, o algo por el estilo.
Hoy ya me encontraba mejor. Sonu me obligo a tomar un remedio indio. Yo no queria, porque me lo dio directamente de su mano (de dudosa higiene, espero que al menos fuera la derecha) y porque no me apetecia tragarme nada. Me dio un punhado de te en polvo y me hizo tragarmelo con agua fria. No se si seria eso, las medicinas que me dio Laura o el trabajo de mi sistema inmunitario, o todo junto, pero a medida que pasaba el dia me fui sintiendo mejor. Menos mal, porque el viajecito tambien ha sido fino. Otras ocho horas o asi, mas de una de las cuales solo para entrar en Delhi.
Despues de cuarenta y ocho horas sin ingerir ningun alimento mas que suero isotonico, acabo de cenarme un plato de pasta. Me ha sabido a gloria. A ver como lo soporta mi sistema digestivo esta noche. Manhana Sonu nos ha invitado a desayunar en su casa.
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