viernes, 31 de agosto de 2007

Viaje de vuelta

Es la primera vez que, estando de viaje, tengo ganas de volver a casa. Aunque nadie me espere en el aeropuerto. Me han dicho que en las turoperadoras, donde los guías pasan meses en el extranjero, a veces unos van a esperar a los otros al aeropuerto, aunque no sean amigos, para que no se sientan solos.

¿Dónde se meten las horas que se pierden al cruzar los husos horarios? ¿De dónde salen las que se "ganan"? En un avión suspendido del cielo negro, en el medio de la nada, ¿cómo darse cuenta del momento en que las horas se introducen como cuñas en el tiempo? Pero ¿acaso importa? Allá arriba el tiempo es elástico. Gracias a ello, el viaje se me ha echo corto.

Gracias a ello y a la gente que he conocido. En la puerta de embarque de Delhi conocí a Giuseppe y Esther. Aburrido de esperar, me levanté a comprar con mis últimas rupias un agua que no necesitaba y me senté en otro sitio más tranquilo. Estaba yo mirando las musarañas cuando se me acercó un chico muy amable y me preguntó en inglés si no había perdido el móvil. Me palpé los bolsillos y, efectivamente, no lo tenía. Pero el chico tampoco lo traía, así que fui con él hasta donde estaba antes. Se me había escurrido del bolsillo y descansaba en medio del asiento. Lo custodiaba Esther. Les di las gracias y empezamos a hablar. Él es italiano y ella francesa. Napolitano y parisina. Pero viven en Madrid y entre sí hablan en español. Me cayeron muy bien y la conversación, a pesar de mi agotamiento semicomatoso, fue muy agradable. En el avión pasé de cambiarme de sitio para ir con ellos porque mi intención era dormir, pero en el aeropuerto de Helsinki retomamos la charla (hablamos de nosotros mismos, nuestras ocupaciones, historias y planes, de música, de política y, por supuesto, de la India) hasta que llegó la hora de embarcar en nuestros respectivos vuelos. Espero que volvamos a coincidir.

En la puerta de embarque de Helsinki me extrañó ver a tanta gente pálida, la mayoría absorta en su actividad mental. Nadie hablaba con nadie que no fuera de su familia o grupo. Nadie miraba a nadie con curiosidad ni con simpatía. En todo caso, algunos miraban a ver si los miraban y, al ver que no (es que yo soy muy discreto), se estiraban la camisa, inflaban el pecho, empinaban la barbilla y volvían a intentarlo. Reconocí los rasgos de los polacos. Había una chica sola y un asiento vacío a su lado. Al otro lado de la columna, una fila de tres asientos desocupados. Elegí la segunda opción. No por mí, que venía de la India, sino por la chica. ¿Cómo iba a invadir su espacio habiendo sitios libres a dos pasos?

En el avión me tocó al lado de una chica mayor que parecía polaca y, por la vestimenta, estirada. Ella hundió la nariz en la revista del avión (que, por cierto, traía un reportaje sobre Jodhpur) y yo me dediqué a hojear el libro de Jalil Gibrán que paseé por toda la India sin abrirlo en ningún momento. Luego, cuando despegamos, a pesar de no estar sentado junto a la ventana, estuve un buen rato alucinado contemplando el paisaje finlandés. A medida que nos elevábamos se iba viendo con mayor claridad una costa bien definida y desmigajada en miles de islitas que no querían separarse de ella. La luz metálica del sol rebotaba contra la grasa coagulada del mar inmóvil, apenas arañada por barquitos del tamaño de un alfiler. Más allá, como si en vez del mar contempláramos una ría, se alzaba otro pedazo de costa cubierta por una costra de enormes coliflores esculpidas en hielo. Durante mucho tiempo dudé si se trataba de icebergs caprichosos o de nubes solidificadas.

Se lo pregunté a mi vecina. En polaco, porque estaba seguro de que era polaca. Se llama Dorota. Me dijo que eran nubes. Quizá, pero si me hubiera dicho lo contrario también me lo habría creído. Para ser nubes estaban demasiado pegadas a la tierra y al mar. Empezamos a conversar sobre Finlandia, sobre el clima, sobre su trabajo, gracias al cual viaja constantemente por todo el mundo, sobre viajes, sobre nacionalidades y estereotipos, etc. Dijo unas cuantas cosas sobre árabes e israelíes que me parecieron muy sensatas, sobre todo teniendo en cuenta las ideas que predominan en Polonia al respecto. Yo también le hablé de mi trabajo. Entonces ella me preguntó por qué hablaba español. Al principio me extrañó, pero luego entendí la situación y bromeé: "alguna lengua materna hay que tener". Se dio cuenta enseguida, pero no se lo creía. Yo tampoco. Me había tomado por polaco, lo cual es todo un piropo a mi competencia lingüística, pero sigo pensando que con el ruido del avión no me oía bien. En un momento dado comentó que, con todo lo que viajaba, era la segunda vez en su vida que conversaba con su compañero de asiento. Me hizo gracia, porque justamente estaba pensando que al principio del viaje nada indicaba que fuéramos a pasarnos el viaje hablando. Pero suele ser así: mientras que los indios buscan el contacto a toda costa, por elemental que sea, aunque se reduzca a un intercambio de miradas, de sonrisas o de "hello", parece como si para nosotros una mirada o una sonrisa constituyeran una amenaza o una molestia.

Aterrizamos. Hacía frío y llovía, y yo en camiseta. Pasamos el control de pasaportes. Llegó su equipaje y se despidió de mí al estilo polaco, tendiéndome la mano con el brazo completamente estirado. Luego emergió mi mochila. Salí al vestíbulo de llegadas. Nadie me esperaba. Estaba demasiado cansado para coger el autobús, así que pedí un taxi y me fui a mi casa. A deshacer la mochila, lavar la ropa, ducharme sin chanclas, lavarme los dientes con agua del grifo y actualizar el blog.

Trece horas más tarde me dispongo a acostarme. Por primera vez en mucho tiempo, sin poner el despertador.

Pero antes quiero agradeceros vuestra compañía a lo largo de este viaje. Vuestros comentarios me han ayudado a contrastar mis primeras opiniones y a entender mejor algunas cuestiones. Este blog no termina aquí, porque, aunque el viaje ha finalizado en lo físico, no lo ha hecho en lo mental. Seguiré escribiendo, aunque no sé con qué frecuencia, cuando tenga nuevas reflexiones que compartir. En los próximos días, además, iré subiendo fotos para ilustrar lo que no pude durante el viaje por falta de medios o de tiempo.

Por hoy, nada más. Buenas noches a todos y gracias una vez más.

5 comentarios:

ángela dijo...

buenas noches. que descanses.

astral dijo...

hola!
ya estamos es casa, pero muyyyyyy cansados y algo mal del estomago, nosotros tambien queríamos volver, las últimas horas se me hicieron eternas, mas que unas vacaciones ha sido una prueba de resistencia y necesitaría unos días de relax...
mañana al curro! y todavía no sé si me ha gustado!
cúidate, si pudes mandarme las fotos del tren de la bruja: estrellaastral2002@yahoo.es
sikiliki@yahoo.es

besos desde la patria!

pd: estamos tan pochos que a pesar de solo comer un trocito de una suculenta tortilla de patatas, hecha por madre, nos sento como una patada!

Alfonso dijo...

¡Pues sí que debéis de estar malos para que os siente mal la tortilla! Ooh, tortilla de madre, yo también quiero, pero no de la mía, que no sabe hacerla, de otra, el caso es que me la hagan...

Habéis escrito justo cuando estaba mirando las fotos del tren de la bruja :) Es que aún tengo que ilustrar un montón de entradas.

Os mando un par de fotos ahora mismo, ¿vale?

Que os mejoréis y descanséis de las vacaciones. Abrazos desde Varsovia.

Anónimo dijo...

Holaaaa!!! Bienvenido de tu "vueltecita por el infierno". Descansa y recupera amigo. Quería ir a verte, pero se está complicando todo por momentos, así que me da que lamentablemente no podré ir a verte. Hablamos ;-)

Alfonso dijo...

Hombre, tampoco es que haya sido el infierno ;) Al repasar las fotos me doy cuenta de cuántos buenos momentos ha habido. Me quedo con la sensación de que ha sido un viaje con dos partes: una, la de postal, muy bonita, pues la India está llena de rincones interesantes, acciones cotidianas para ellos y extrañas para nosotros, colores vistosos y niños de sonrisa cautivadora. La otra parte ha sido más frustrante, la de no conseguir entablar ningún contacto auténtico con la fauna local, que es, al fin y al cabo, lo más enriquecedor de un viaje, pero en ello supongo que parte de culpa tendré yo también, como extranjero ignorante de ciertos códigos o como ingenuo que cree en la posibilidad de un diálogo entre dos polos de la civilización.

En cuanto a otras incomodidades "infernales" como la miseria, la suciedad, los insectos y bichos o las diarreas, me han llamado menos la atención de lo que esperaba. Supongo que iba debidamente concienciado al respecto. No es que me haya dejado indiferente la miseria, ni mucho menos, pero no es nada cuya existencia no conociera o que no hubiera visto antes, por ejemplo, en las favelas de Brasil. De allí sí que salí tocado.

Eladio expuso en "Más reflexiones sobre la India" su idea de que en la India no hay tanta pobreza como parece. No sé hasta qué punto tiene razón, pero quizá sea cierto.

Bueno, Carliños, espero que esas complicaciones de las que hablas no sean serias. En cualquier caso, hoy me he comprado billetes para Espéin, estaré del 11 al 24, y probablemente aproveche para subir unos diítas a Lacoru. Te aviso :)

¡¡Abrazos!!