(Escribo el 16 por la noche)
La estacion de tren de Varanasi: un infierno superpoblado con predominio de parias. Entramos por la parte de atras y de repente nos encontramos en una especie de pasillo metalico oxidado que, a modo de galeria carcelaria, dominaba un monton de andenes repletos de gente sentada, de pie, tirada, dando vueltas, vendiendo cosas, un collage de colores y sonidos del que, a decir verdad, tras la discusion con el taxista solo queriamos escapar. Para entrar al edificio de la estacion nos hicieron pasar por un detector de metales y un miembro de la Policia Turistica (!?), un senhor muy amable, nos hizo franquear un cordon de esos de plastico que ponen "no pasar" (supongo, porque estaba en hindi) y entrar en una sala de espera donde apilamos nuestras mochilas en el centro y terminamos de ocupar el poco espacio que quedaba libre. Aquello era una especie de reserva para guiris dotada de aire acondicionado, mientras fuera, al otro lado del cordon, quedaban los indios, sentados en el suelo, con el calor extra que expelian las ronhosas maquinas de aire acondicionado, por si con el habitual tuvieran poco. En la reserva predominaban espanholes (incluso sin nosotros) y japoneses, con algun que otro frances de vez en cuando y rara vez gente de otras nacionalidades. Todos excepto nosotros estaban esperando para comprar billetes, asi que no se por que nos metieron alli. Cada cierto tiempo nos ibamos enterando de que el tren venia con mas retraso cada vez, asi que decidimos ir a dar una vuelta. Nos dividimos en dos grupos para vigilar las mochilas y nos adentramos en una de las areas a priori menos hospitalarias de la ciudad, como de cualquier ciudad, los alrededores de la estacion de tren.
Al salir de alli tuve una mezcla de agobio, intranquilidad y la emocion de la aventura. Ibamos a una de esas zonas que las guias recomiendan... no visitar. Junto a la estacion de tren, mujeres con saris verdes, rosas y amarillos sentadas en grupos bajo la incipiente llovizna, el hedor de un banho publico a cielo abierto entre el que destacaba el olor de las especias que los indigenas ingieren y, por tanto, excretan, peregrinos vestidos con harapos que en tiempos fueron de color naranja, otros sentados en fila y vestidos de morado, una valla para que no pasaran los cientos, no exagero, cientos de rikshas que esperaban al otro lado, pero que no lograba contener a los riksheros que, nada mas divisarnos entre la multitud, se nos echaron encima para ofrecernos servicios que nadie les habia pedido. Por la explanada donde los retazos de asfalto eran menos abundantes que la tierra y el barro paso un camion descubierto con la caja llena de naranjitos que iban entonando himnos. Uno de ellos se nos quedo mirando, le sonrei y, si mis oidos no me enganharon, le oi gritar en espanhol: "!viva Shiva!".
Una vez superada la maranha de rikshas nos enfrentamos al reto numero dos: atravesar sanos y salvos el rio de vehiculos que nos separaba del lugar adonde, sin mayor razon, nos habiamos propuesto ir. Se ve que ya le vamos cogiendo el tranquillo a lo de cruzar, porque lo hicimos con habilidad casi india y sin demasiados nervios. Al otro lado del rio nos encontramos en una zona autenticamente india, con bares de indios con carteles en hindi y tiendas de indios con precios para indios. Algo inaudito en la India que habiamos visto hasta entonces. Resultabamos tan exoticos alli (y no es para menos teniendo en cuenta nuestras pintas; yo llevaba un pantalon desmontable y una camiseta negra cubierta con un poncho de todo a cien que parecia una bolsa de basura, mas una visera para proteger las gafas de la lluvia, y la camara en bandolera) que algunos incluso nos sacaron fotos. Todos nos invitaban a entrar en sus bares y la verdad es que estuve tentado, pero aunque la comida fuera maravillosa, que me lo creo, e higienica, cosa que no me creo, despues de ver como ?lavan? la vajilla en palanganas de agua parda de sabedios que procedencia, como que no me arriesgo. Pero dimos un paseo, vimos unas cuantas escenas cotidianas y por fin aprendimos cual es el precio real del agua embotellada para los no-guiris: 12 rupias. De paso compramos patatas Lays con sabor "Indian masala" que nadie fue capaz de acabarse de lo que picaban. Y, por supuesto, sacamos un monton de fotos, antes de acometer nuevamente la empresa de cruzar la carretera.
Con tres horas y pico de retraso llego nuestro tren. Nos abrimos paso entre la multitud del anden, tuvimos que rechazar el ofrecimiento de fruta de un vendedor muy majo que, creemos, queria regalarnos algo que no supimos identificar, pero tenia una pinta estupenda (el se lo comio con piel y sin lavar) y no sin dificultades localizamos nuestro vagon y embarcamos. Al ver pasar los primeros vagones, con las ventanas con barrotes y la gente agarrada a ellos, la gente apinhada en el interior y rebosando por las puertas abiertas, la primera asociacion que me vino a la cabeza fue la de los transportes de prisioneros a los campos de concentracion. Por suerte habiamos reservado "III A/C", es decir, tercera clase con aire acondicionado.
La noche en el tren no se nos hizo tan insoportable como esperabamos. Atamos las mochilas bajo los asientos y, tras habernos echado unas risas, nos pusimos a dormir. Pusimos los despertadores a las siete de la manhana, pues la llegada a Delhi estaba prevista (ya descontando el retraso) para poco mas tarde. Pero al despertarnos nos encontramos con que el tren habia acumulado otras tres horas y pico de retraso (que luego serian mas) a lo largo de la noche, asi que para entretenernos nos turnamos para pasear tren arriba y tren abajo. El paseo fue instructivo. Entre otras cosas, vimos la cocina del tren y terminamos de convencernos de que mas vale no comer nada en un sitio asi. Lo de menos es que pulularan por alli las minicuquis, al fin y al cabo hay paises en los que comen insectos y, despues de todo, fritas igual estan buenas; me preocupaban mas las enormes sartenes negras y pegajosas llenas de aceite requetefrito e igual de negro; pero lo peor de lo peor eran los montones de bandejas con restos de comida apiladas en el suelo de un cuartucho que, por su nivel de limpieza y el liquido de color indefinido que inundaba el suelo recordaba a una letrina publica. Tambien fue interesante la constatacion de que, al menos en la India, no todos somos iguales. En III/AC viajabamos sobre todo guiris, y un par de indios extraviados, trabajadores de companhias internacionales. Bueno, y un moro miron que me solto una parrafada en sabedios que lengua sin preocuparle que no le entendiera un pijo. En los vagones contiguos, sin aire acondicionado, con las ventanas enrejadas abiertas y el suelo lleno de cascaras de cacahuetes, envoltorios de plastico, botellas vacias y ronha acumulada desde tiempos inmemoriales, viajaban alegremente (o no) indios y mas indios, algunos solos, pero en general familias enteras que nos observaban -internamente, supongo que con curiosidad; externamente, mas bien con indiferencia bovina- al pasar por aquellos pasillos a los que, obviamente, no perteneciamos. Pienso que fue buena idea viajar en III/AC como introduccion, pero la proxima vez que coja un tren en la India me gustaria hacerlo en la clase homologa sin aire acondicionado, para, en la medida de lo posible, codearme con los indios. No obstante, la mayor sorpresa del viaje fue comprobar que a ambos lados de nuestra parte del tren los vagones estaban cerrados con verjas metalicas; supongo que con la intencion de que a los inocentes occidentales no se les revuelvan las tripas (o, aun peor, la conciencia) al ver las condiciones en las que viajan quienes no pueden permitirse pagar un poco mas, o bien para que la chusma no traspase el umbral que los separa de la reserva donde no les corresponde entrar. En otro orden de cosas, podemos resaltar la curiosidad de que existen dos tipos de retretes: los "Western style", en los que nada llama especialmente la atencion, y los "Indian style", en los que hay un agujero en el suelo con un grifo y una jarrita cerca para lavarse despues de. A elegir.
Por fin llegamos a Delhi con unas siete horejas de retraso. En el anden nos esperaba Sonu, el chofer que nos han puesto para que nos lleve en jeep por el Rajasthan. Nos esperaba en el anden, pero como las puertas ya iban abiertas, en cuanto localizo nuestro vagon, y antes de que el tren se parase, se subio de un salto blandiendo un cartel cutre (un folio arrugado, vamos) con mi nombre mal escrito y mi segundo apellido, con tanta punteria que casi choca conmigo, que estaba de primero con una mochila por delante y un mochilon por detras, dispuesto a bajar de aquel tren eterno lo antes posible.
Sonu nos llevo hasta Agra (el viaje fue memorable, pero es muy tarde ahora para contarlo), donde cenamos en la terraza de un hostalcillo desde donde se divisaba la silueta del Taj Mahal (sinceramente, esperabamos que estuviera iluminado!!) y nos fuimos a dormir con la ilusion de ver al dia siguiente una de las nuevas siete maravillas.
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